«Mi marido se ha cambiado
otra vez la clave de acceso del teléfono», es la frase que lanza una amiga despertando
todas las alarmas. Esas cuatro cifras, que en origen representaban un código de
seguridad muy útil en caso de pérdida o robo, se han convertido en los férreos
guardianes de lo que hemos bautizado como “intimidad digital”. Hace poco fui
testigo de una escena. Un matrimonio toma algo en una mesa cercana. Él consulta
la pantalla de su smartphone y lo deja sobre la mesa. Entonces se acerca el
hijo que tendrá unos siete, coge el dispositivo para entretenerse con un juego
y le pregunta a su progenitor, “¿cuál es tu clave?”. La pregunta flota en el
aire y el mundo se detiene. La madre gira la cabeza a cámara lenta, el aleteo
de una mosca mueve una brizna de aire, el padre eleva unos milímetros la ceja,
el corazón de los dos bombea, el cielo se oscurece, un trueno irrumpe a lo
lejos, se escucha el derrape de un coche, el camarero traga saliva con los ojos
inyectados y el resto disimulamos con la mirada perdida. «Dos, dos, uno, dos»,
anuncia el padre arrastrando las palabras con un tono apenas audible. «¡DOS…DOS…UNO…DOS!!»,
clama el chaval mientras pulsa uno a uno los números. Me imagino al padre haciendo
inventario mental del contenido prohibido: fotos de chicas en bolas, entradas
varias a páginas porno, intercambio de whatsapps “difíciles de explicar” con
esa compañera de oficina, visitas a la página de Linkedlin de su ex y un video
de universitarios americanos en plena orgía. Puedo sentir su deseo: que se
acabe la batería. Observo entonces a la madre que sonríe estática mientras da
golpecitos en la mesa con los dedos al ritmo de 2,2,1,2. Yo lanzo una pregunta:
¿se considera deslealtad los tejemanejes que tienen lugar en el entorno de lo
digital?. Hasta que demos con la respuesta definitiva les propongo una
solución: mejoren su contraseña.
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Difícil pregunta. Todo depende de la naturaleza del contenido. Si el contenido proviene del mero entretenimiento no se le debería dar importancia. Ahora bien, si el contenido viene dado por relaciones personales si lo consideraría deslealtad. Así y todo, con lealtad o sin ella, yo nunca le dejo el teléfono a mis hijos porque, sencillamente, no tienen edad para ver el contenido que circula entre adultos.
ResponderEliminarSaludos.