sábado, 4 de junio de 2016

UN HOMBRE SOLO



Lo veo sentado tomando un café en un local de los pocos que quedan con solera en el centro. Tiene semblante serio, algo ojerizo, algunos kilos de menos, la barba dejada crecer. Mira la taza como si fuera la primera vez que la ve, con los dos brazos apoyados sobre la mesa: loza blanca, circunferencia marrón humeante, cucharilla plateada y el azucarillo en sobre que lleva escrita alguna reflexión de alguien ya muerto pero, seguro, más honrado que él. Se da la casualidad de que hace solo dos días coincidí en un restaurante con un grupito con el que, hace no tanto, el protagonista de esta escena compartía copiosas cenas de autor, travesías en velero o comuniones de sus niños bilingües. Ahora él, cuyo nombre llegó hasta las páginas de varios periódicos por apropiarse de manera fraudulenta de un dinero que no es suyo, parece no ser bienvenido a ese tipo de encuentros. Quizá el sobre del azúcar lleve escrito “A tus amigos los conocerás en las adversidades”, o quizá ponga “Amigo del buen tiempo múdase con el viento”. Tampoco va por el golf, casualmente aquellos con los que antes jugaba ahora son más difíciles de ver o si se los cruza están más ocupados, más estresados que nunca. Sus vecinos observan con mirada afilada los huecos que han dejado en el garaje los coches deportivos que hasta hace nada conducía y, aquellos que en su día le pidieron algún favor, ahora se vuelven escurridizos. La esposa, que rara vez preguntaba cuando se trataba de hacer la maleta para volar a alguna playa exótica o esos hijos, exigentes, que presumían de tablet, reloj u ordenador con los amigos, ahora lo reciben en un silencio que al resto nos resultaría acusador. El camarero, que paga una hipoteca y ha pedido un par de préstamos para costear los implantes dentales que debe colocarse su mujer, le saca la cuenta. El hombre más solo del mundo paga y se marcha.



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