lunes, 15 de julio de 2013

UN MARIDO CAÑÓN



Motivado, quizás, por injusta tradición machista, estamos más que acostumbrados a ver a mujeres despampanantes en brazos de hombres poco agraciados o que les doblan la edad. La estampa feo-tía buena a pocos parece extrañar, pero si el caso es al contrario y se torna la situación, necesitamos inmediato de una justificación. Recuerdo el día que Amparo, una madre del curso de natación, nos presentó a Ricardo, su marido, un morenazo de treinta y tantos con el pelo castaño algo largo, ojos de un verde intenso, cuerpo atlético y sonrisa preciosa. Ella en cambio, su mujer, es bastante sosa, con un físico del montón y una intensa y contenida mala leche. Enseguida se hizo un aparte donde unas y otras empezaron a elucubrar: “estará forrada”, “en la cama será muy guarra”, “se casaría embarazada”, “sería la hija del jefe” –soltaron en un goteo de suposiciones hasta que alguien, refiriéndose a él, hizo la afirmación más cruel: “seguro que se lo monta con otra”. Yo escuché con la sensación de estar participando de una traición. “Igual él es idiota y es ella la que le hace un favor” –dije lanzando un alegato en defensa de Amparo que nadie escuchó. Las clases siguientes me dediqué a observar y comprobé que el tal Ricardo no sólo estaba cañón sino que además era todo atención con su señora a la que cuidaba con esmero y miraba con devoción. Ella en cambio se dirigía a él con tono adusto, casi marcial, imponiendo su criterio y sus opiniones hasta en la más absurda de las cuestiones.
El exceso atractivo en el varón suele venir acompañado de una marcada inseguridad y en el caso de Ricardo, que no es ninguna lumbrera, de una necesidad constante de aceptación, de aprobación. Amparo por su parte, como buena experta en marketing empresarial, supo optimizar sus recursos con maestría canalizando su potencial para obtener el beneficio deseado. Regla clave de la belleza: todo está en la cabeza.

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