jueves, 25 de julio de 2013

YO NO LIGO JAMÁS



Las cálidas noches de verano son el momento ideal para los reencuentros. Con el pretexto de ponernos al día antes de las vacaciones nos juntamos para comer en la playa tres ex compañeras de trabajo, todas con un pasado en el sector del audiovisual. “Chicas, estoy que me salgo. El balance de esta semana es la prueba: siete contactos más en el Facebook, una invitación al Badoo, un par de mails amorosos, nueve mensajes de texto indecorosos y decenas de WhatsApp. Parece increíble pero el tema de la fidelidad empieza a ser misión imposible” –nos cuenta entre risas Teresa, casada y madre al igual que la otra amiga que nos acompaña. Igual que yo. “A mi no deja de escribirme un tipo del trabajo. Le he dicho varias veces que no, pero el pobre no para de insistir, dice que le pone que le haga sufrir” –cuenta Susana, la otra. Yo escucho sin hablar pues lo cierto es que no tengo nada que aportar. Desde hace unos cuantos años vivo un placentero matrimonio fruto del cual han nacido mis dos hijos a los que cuido con dedicación y que me sitúa directamente fuera del campo de acción de lo masculino. Así, centrada en mi labor de madre-esposa veo el tema del ligoteo como un episodio lejano de mi vida, un pasado remoto e incierto para el que estoy desentrenada o como me diría una noche un conocido, oxidada. “Yo no ligo nunca, jamás” –les digo. “No me lo creo. No estás mal, y además con el tema de las columnitas eróticas te tienes que hinchar” –dice Teresa. “Pues el caso es que no” –afirmo. Esa negativa se instala en el aire a mi alrededor y no puedo evitar evocar la odisea de San Juan de la Cruz, el cual fue capaz de crear “Cántico Espiritual” encerrado en un calabozo, privado del contacto exterior y en condiciones precarias. Pienso entonces en mi, impulsada a elaborar piezas cargadas de sensualidad cuando mi día a día se ubica entre cursos de natación, jornadas en el río, visitas a la feria, parques, cumpleaños y toda suerte de actividades que suelen estar dirigidas a menores de cinco años. Entiendo así que el material de las columnas emerge de la escucha y una estricta observación que me convierten en testigo de una realidad erótica, errática y realista de la que pocas veces soy protagonista. Mis compañeras de mesa no han dejado de narrar sus desventuras y las de otras chicas y señoras conocidas que mensajito arriba, coqueteo abajo, nunca abandonaron el mercado. Pese a que no tengo un mayor interés, no puedo evitar preguntarme cual será la razón por la que me encuentro tan fuera de circulación. Las miro con atención y enseguida me doy cuenta de que se trata de un tema de predisposición. Al levantarse para ir al baño, hablar con los camareros o simplemente recogerse el pelo, me parece detectar en ellas algo más, una bruma sutil e imperceptible capaz de transmitirle a los tíos que todo es posible. Algo parecido a esos silbatos de ultrasonidos indetectables para humanos pero infalibles con los perros que, independientemente de su elección, se encuentran en su campo de acción. Tras la paella y al volver a la arena me siento cada vez más pequeña al verlas tumbadas en la toalla en topless hablando con naturalidad con unos italianos que les han consultado sobre qué visitar en la ciudad. “A mi me encanta el Carmen, la Catedral, tenéis que visitar el Mercado Central, en Colón está la zona de tiendas y en el río la Ciudad de las Artes y las Ciencias” –le explican señalando en el plano con la mano mientras el guapo italiano les sonríe encantado. Yo, que siempre en las cenas suelto ocurrencias y burradas pareciendo muy lanzada, me veo ahora desenfocada, desbancada por mi propia realidad formal de tinte conservador y abrumada por ese candor, ese halo seductor que envuelve a mis compañeras. De vuelta a casa, al pasar por delante de una terraza a rebosar y, sintiendo que cometo una traición a mi condición, ralentizo el paso y saco pecho en un intento de reivindicar mi derecho a flirtear mientras en mi cabeza se repite sin cesar: “porque yo lo valgo”, el mantra intelectual de L’Oreal, sin obtener, una vez más, el resultado esperado. Como me soltó Susana, lo más probable es que esté falta de actitud y de ganas.






2 comentarios:

  1. Aciertas en lo de la predisposición. Parece una tontería, pero eso hace que se emitan una serie de vibraciones que son captadas por quienes las rodean. Después sólo hay que ser receptiva. Nada más.
    Saludos.

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  2. Acierto total. Y en tu caso, no cabe duda, no ligas porque no quieres. Eso se huele!

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