lunes, 10 de marzo de 2014

EL GARITO DE MODA




En un lugar de la Gran Vía cuyo nombre no voy a desvelar, se da cita desde hace meses gente de distintas tribus para tomar unas copas y bailar. Así a bote pronto quizás la introducción les traiga a la cabeza el término “pub” o “discoteca”. Pero no. Esto es algo más. Y son varios los motivos que han convertido a este garito en uno de mis favoritos y en objeto de mi estudio. En primer lugar es un tema de disposición del espacio, que es hacia abajo. Para empezar, y cuando se trata de un local de ocio, todo lo que sea bajar es atractivo. El descenso en nuestra mente está unido a lo ilícito, a lo prohibido y en consecuencia divertido. La idea de reunirse bajo tierra, en un búnker o en una madriguera siempre tiene un punto de desfase. ¿O acaso no es el infierno el lugar adonde van a parar los descarriados, los amantes de la nocturnidad, de lo lascivo, los que van por el camino alternativo y aquellos proclives a la vida loca? En segundo lugar está el tempo. Por un motivo que aún no he conseguido descifrar, a partir de la medianoche, a la hora en la que en otros locales aún se encuentran preparando el material, la barra está tomada por gente con ganas de farra y la pista la tienen a tope. Así te saltas la tourné etílica que te hace de ir de pub en pub, socializando a la fuerza mientras haces tiempo hasta que se hace la hora de bailar. Este horario, muy acorde a la práctica europea, hace que te ahorres más de una melopea y que puedas llegar a tu casa a una hora prudente. Las consecuencias ya se han empezado a notar y sé de algunos grupos que quedan “por amor al baile”, convirtiendo la práctica rítmica en una ceremonia casi tribal. El tercer punto, y aquí viene lo interesante, es la mezcla de público que están consiguiendo fidelizar. Lo que empezó como una alternativa para aquellos amantes de la modernor, (gafas de pasta y barba ellos, zapatillas Victoria y vestido retro ellas), se ha ido ampliando hasta dar con un batiburrillo que alberga profesionales liberales, artistas, tipos en apariencia normales, salidores profesionales, separados, enamorados, grupitos de madres que acuden después de la cena, personas con inquietudes musicales que huyen de los clásicos temas de verbena y diferentes tipos de pijos. Pese a que la edad también es variada la mayoría tiene de treinta para arriba. Esta mezcla enriquece, da color y dota a la noche de un sentido abierto y democrático, como la masa de un concierto o la sala de espera del médico. He observado además que, gracias a las particularidades que se dan en el local, han vuelto ciertas prácticas vintage como el ligoteo abierto entre grupos y el morreo. Hay dos salas, una con música de baile molona en la que cuelan algún tema un poco más comercial, y otra con una selección más cambiante, lo que genera el tráfico de aquellos que se desplazan de sala a sala para ver qué tal. Cada vez que voy descubro algún grupo nuevo que, atraído por los cantos de sirena, se ha decidido a probar y se quedan sorprendidos al verse engullidos por esa platea bulliciosa y bailonga. Para muchos que ya han cumplido cierta edad, este lugar es una segunda oportunidad para recuperar la ilusión por la noche. Sin folklore, sin gogós, sin camareras neumáticas, ni humo con olor a fresa, ni luces láser de neón, ni chupitos fosforescentes, ni privados, reservados, ni columnas de espejo, ni toda la parafernalia hortera que suele envolver a la esfera discotequera. Quizás es la sobriedad, la dosificación de artificios y la ausencia de intención lo que le da el aspecto de un lienzo en blanco, una superficie fértil, neutral y liberada del peso de las modas pasadas. Animo a los empresarios a partir de cero y lanzarse con más propuestas como esta. La fórmula es sencilla: música buena, no garrafón, ser prudentes con la decoración, que el personal sea gente normal, que haya el número de baños adecuado y que estén cuidados. Si son coherentes, están atentos a la tendencia del momento y no tratan al público como borregos, verán como su facturación va en aumento.



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