lunes, 24 de marzo de 2014

PRINCESAS Y GUERREROS



La celebración del quinto cumpleaños de la hija de una amiga ha abierto una brecha profunda y sangrante que ha sobrepasado el entorno de lo escolar, contaminando el sustrato de lo social. Les cuento. Mi experiencia hasta el momento, en lo que respecta a fiestas infantiles, consistía en una merienda para la clase, que se daba cita en un parque de bolas. Allí nos congregábamos mientras transcurría la tarde y los pequeños, mezclados, jugaban a lo loco. Hace poco la madre que cito al principio marca un punto de inflexión entregando la invitación sólo a un grupito niñas. El motivo de esa segregación, que no se había dado hasta el momento, enlaza con el tipo de celebración, que va a tener lugar en un local al que podríamos llamar “Princesas de Cuento”. Mirando en su web descubro que lo que organizan en este lugar es una especie de reunión de chicas, en la que les ponen un albornoz y les hacen la manicura en un spa mientras disfrutan de un brunch y beben refrescos en copa de champagne. Pronto el malestar se propaga entre un sector de las madres, la mayoría con hijos chicos, que se ven representadas por una de las progenitoras, psicóloga de formación y profesora. «Lo veo fatal, tantos años peleando en las aulas por la igualdad, y ahora que lo hemos conseguido, proponen esta fiesta que no tiene ningún sentido» –comparte en un corrillo a la salida. El resto, que no le habíamos dado más importancia, comentamos que en parte tiene razón y escuchamos los razonamientos que plantea con contundencia. Esa misma tarde manda al WhatsApp de la clase un estudio sociológico sobre educación infantil que habla sobre diversidad, pluralidad y respeto. Por los mensajes que se suceden al poco rato me doy cuenta fascinada de que se han creado dos bandos: las que apoyan la fiesta de princesas, alegando que es el sueño de toda niña y por tanto una ocasión especial que se da de manera puntual, y las que están en contra, con argumentos que versan sobre la igualdad. Al día siguiente a la hora de la salida el aire se puede cortar. Me vienen a la cabeza las películas de pandilleras, el momento en que las dos bandas se van a pegar, tirándose de los pelos, dándose rodillazos y arañándose los brazos. En la calle, camino del río, se produce el encuentro estelar entre la madre princesa y la defensora de la pluralidad. El resto las rodeamos expectantes.  «Creo que querías hablar» –le dice la primera. «No entiendo esa fiesta de rosa. ¿Sabes lo que ha costado que las niñas pudieran jugar con la pelota? Esto que haces es ir hacia atrás» –le espeta la otra. «Me parece que exageras, a las niñas les da muchísima ilusión» – justifica la princesa. «¿Y siempre haces lo que desean? ¿Y si fuera un piercing o un canuto?» – le suelta. Las otras madres murmuran y la tensión va en aumento. «Yo soy la que decide sobre los temas de educación, no te tengo quedar ninguna explicación» –contesta. El círculo se cierra y comienza la guerra. «En esas fiestas tratan a las niñas como adultas indolentes. ¿Esa es la clase de formación que tienes mente?» – dice la guerrera. «Ellas disfrutan, un poco de fantasía no hace daño» –contesta la princesa. «Tienen cinco años» –argumenta la guerrera. «Se fomenta la amistad, la feminidad» – replica la princesa. «Las visten como si fueran prostitutas» – dispara la guerrera «¿De verdad hacer un desfile y vestir albornoz te parece tan atroz?» –pregunta la princesa. «Lo jodido es que tú lo hayas consentido. Creo que es una horterada Disney que fomenta roles sexistas, que tu hija ha tenido la suerte de nacer en un contexto libre y mixto y que si ella te lo ha planteado es porque tú se lo has inculcado» – sentencia la guerrera. Justo cuando pienso que se van a dar de leches la líder de las princesas dice una cosa inesperada: «tienes parte de razón». La otra entonces ve difuminarse su vena belicosa y replica con un: «igual me he pillado demasiado calentón» El resultado de ese acuerdo es un baile mixto de cuento de hadas en el que las chicas juegan al balón con velo y vestido y los chicos comen tarta luciendo capa, mallas y botas de trovador. Y así los niños, una vez más, nos dan una lección de deportividad.  

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