domingo, 5 de octubre de 2014

LA CACA Y LA VIDA



Yo he tenido perro en el pasado, en concreto dos. En ambos casos he vivido la fase de educación durante la cual tratas por todos los medios de que no se hagan sus necesidades por la casa, acotando al principio una zona con papeles de periódico y pautando luego un horario de salidas hasta que un buen día, momento que sin duda recibes con alivio, descubres que empieza a controlar y pasas a trabajar otros aspectos como la alimentación o la obediencia, para lo que tendrás que armarte de paciencia. En ese punto ya debes de haber aceptado que vas a pasar los próximos quince años de tu vida enfundándote una bolsita de plástico en la mano, agachándote cada día y recogiendo de la acera una enorme mierda caliente, palpitante y maloliente que a veces, y dependiendo del ritmo estomacal de tu mascota, sentirás como discurre entre tus dedos, como la lava de un volcán. Luego te quitaras el protector girando la cabeza y caminarás hasta la papelera más próxima, cargando con el paquetito y sintiendo el peso de esos excrementos cuya cantidad y consistencia variarán según la edad, el estado de salud o el nivel de actividad del perro. En el caso del orín la ordenanza municipal de tenencia de animales dicta, además de lo evidente, que es el hecho de que los propietarios son los responsables de los daños o acciones provocados por sus mascotas, que está prohibido que estas “hagan sus deposiciones en cualquiera de las partes de la vía pública destinadas al paso, estancia o juego de los ciudadanos”. Para ellos, reza el edicto, existen una serie de zonas habilitadas por el consistorio para tal fin y, en caso de fuerza mayor, también podrán ser utilizados los imbornales de la red de alcantarillado y los alcorques de los árboles desprovistos de enrejado. Yo creo que el asunto está claro. Aunque no se conozca la ley uno siempre puede echar mano del sentido común, algo que a veces, motivados por factores como la pereza, la despreocupación o la falta de conciencia, algunos deciden desoír porque la realidad, más allá del parco programa de limpieza del ayuntamiento, es que las calles de Valencia están plagadas de cacas y meadas de perro, un rastro que se puede ver, oler y pisar, un goteo que decora nuestro paisaje y que hay que esquivar, saltar, tratar de evitar, incluso en los barrios del centro. En el resto de la ciudad, en las zonas que no son consideradas principales, la cosa ya es criminal, lo que sumado a la falta de atención de las calles en general, más el aspecto que presentan muchas veces las zonas de contenedores, más los restos tras el fin de semana que dejan los botellones, nos da la imagen de favela.

Recuerdo el estreno de la película “Prêt-à-porter”, dirigida por Robert Altman, y su crítica feroz al mundo de la moda, a los desfiles, a los diseñadores y en general a una industria que a los ojos del realizador se presenta vacua, casi ridícula. A lo largo de la cinta, que está ambientada en el marco de la semana de la moda de París, varios de los personajes se topan con cacas de can, que quedan impregnadas a sus zapatos de marca, provocando un trastorno tan engorroso como puntual, devolviéndoles por un momento a la realidad que todo lo empaña más allá del glamour y lo distante de ese universo de lo perfecto, lo efímero y lo bello. Pienso si tal vez esas cacas con las que nosotros tenemos que lidiar sean una manera de recordarnos lo gravoso de la existencia. Que quizás esos dueños de entrada incivilizados se salten a la torera la normativa y el respeto al resto con el fin de ir un paso más allá, imponiéndonos la mierda de su mascota que no es sino el símbolo de la sociedad civilizada frente al impulso de lo natural. A partir de ahora cuando descubran a alguien tratando de huir sin recoger los restos de su amigo fiel de la acera les insto a que le den las gracias, pues ese excremento promete actuar en nuestra mente al igual que lo hace la esponjosa magdalena en el subconsciente de Proust, reforzando el poderoso vínculo con lo escatológico que nos mantiene anclados a la vida. Porque, ¿quién querría ensuciarse la mano teniendo la oportunidad de instruir y a la vez cagarse (literalmente) en el resto de la humanidad?

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