lunes, 13 de octubre de 2014

UNA HISTORIA DE ZOMBIS


                                    


De todos los personajes que protagonizan películas y series de terror los que más me han inquietado de siempre son los zombis. Mitad muertos, mitad humanos, salvajes, en cacería constante, buscando carne fresca a la que poder transmitir el mal. Entre todas las historias de este género hay una en particular que me aterroriza. Se trata del momento en el que tras una persecución uno de los supuestamente “vivos” vuelve junto al resto. Los otros lo miran con recelo, el mismo desasosiego que siente el espectador durante esos segundos en los que es imposible saber si en realidad el recién llegado es todavía como ellos, o si ha sido infectado, quedando así privado de su alma, y por tanto convertido en un enemigo, un rival del que huir y al que combatir. De ser así él se volverá con los ojos ensangrentados realizando movimientos espasmódicos que harán salir por piernas a los humanos sanos. Ese “nadie conoce a nadie” aterrador me ha venido estos días a la cabeza a raíz de la crisis del ébola cuando, desde los medios, han realizado un croquis de los últimos días de la enfermera antes de serle diagnosticada la enfermedad. Así médicos, auxiliares, camilleros, conductores, peluqueras, marido y vecinos han empezado a desfilar por los centros de salud de la capital, poseídos por la sospecha tras haber mantenido contacto con María Teresa. Me pongo en su lugar, imagino por un momento la sensación de desconfianza generada a su alrededor, el “seguro que estás bien” seguido de esa mirada de inquietud de aquellos que los rodean motivada por el instinto natural del “sálvese quien pueda”, que lleva a los sospechosos de haber contraído el virus a la más absoluta soledad física, filosófica y vital. Dejando un momento de lado la enfermedad en sí y a todo lo relacionado con lo estrictamente médico, alrededor del asunto se ha organizado un circo que empieza en el momento en el que algunos comienzan a cuestionar la profesionalidad de una enferma de gravedad, midiendo su nivel de responsabilidad en función de si dijo o no la verdad. Luego está el asunto de los guantes cuyas conclusiones se han sacado tras hablar con la afectada que está aislada, desorientada, hipermedicada, sedada y, en el momento que escribo estas líneas, a punto de ser vencida por ese virus de origen africano. También está el asunto del perro, el ya célebre Excalibur cuya ejecución ha incendiado las redes, y que ha impulsado el nacimiento de grupos de protesta que son de la opinión de que se debería haber dejado a la mascota en observación. En un aparte dejo a la panda de descerebrados que se dedican a crear bulos falsos como la aparición de nuevos contagios o la intervención de las fuerzas militares, propagando el miedo y el desconcierto entre una población ya de por si sensibilizada e informada a salto de mata. Esto ha provocado que algunos prescindan de viajar a Madrid y que vean en el AVE el medio más rápido de contagio, planteándose incluso si seguir llevado o no a sus hijos al colegio. La vedette de este espectáculo podría ser el consejero de sanidad y su incontrolable verborrea, muy al estilo jacuzzi de Jesús Gil, que le ha hecho compartir con la población algunas perlas ya famosas como el “tengo la vida resuelta”. El coro reúne a aquellos que exigen la dimisión de la ministra señalando al gobierno con el dedo, a los que opinan que repatriar a los sacerdotes fue un error, a todos los que aprovechan para echar por tierra el funcionamiento de nuestro sistema sanitario, los que politizan, dogmatizan, criminalizan, satirizan. «Tienen razón», piensan unos. «El tema está tan politizado que es difícil hacer un análisis en limpio de la cuestión», opinan otros. Yo me pongo en el lugar de la auxiliar, pienso en esa foto despatarrada en el sofá, en sus planes para pasar la semana que le quedaba de vacaciones en su tierra que tuvo que abortar, en esa tarde que se fue a depilar después de acudir al médico, pues aún pensaba que tenia una vida normal, en las llamadas y mensajes que ha recibido desde el hospital. Me pregunto si no nos iría mejor si mostrásemos un poco más de respeto por su situación.

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