Amparo es una dama casada de corte
clásico que vive de manera acomodada cerca de Colón y se mueve en círculos
destacados de la ciudad. Los domingos va a misa en familia, viste con elegantes
prendas de firma y tiene hobbies como el paddle o el bridge. Un día se
sorprende a sí misma moviendo pies y hombros con una canción que escucha en la
radio la chica boliviana que trabaja realizando las labores domésticas en su
hogar. Se trata de un tema de corte sabrosón con marcada percusión en la que un
chico de voz sensual, con un punto canalla, parece susurrarle al oído, “tengo
tu cuerpo grabado en mi mente, estoy loco por verte y de nuevo besarte y aunque
sea un secreto, sé que tú eres mía”. Amparo espera hasta saber el nombre del
cantante y, en secreto, busca el tema en internet y escucha cuando puede ese
“mami, vamos a hacerlo fácil, deja que te coma enterita...yo sé bien como
hacerte feliz”. Se imagina entonces a ese papi de piel oscura agarrándola por
las caderas, ella luce un vestido blanco que se clarea y lleva la melena mojada
y despeinada suelta sobre la espalda desnuda, él la conduce por la pista de
baile de una playa perdida, las piernas de ambos se entrelazan flexionadas, sus
manos le acarician la cintura. Amparo cierra los ojos y reproduce la letra en
voz baja, “tres de la mañana, te sientes sola...quieres calmar el fuego que te
acalora...confiésale, dile que en tu cama está en mi nombre”. Encuentra más canciones del estilo y las
escucha a la hora de la siesta. Tumbada en la cama, la brisa entra por la
ventana, ella deja de manera mental su gran casa del Ensanche y la vida
acomodada para viajar hasta el Caribe y entregarse a los brazos de ese amante,
chulo y deslenguado, que le hace vibrar desde la punta del pie hasta el pelo.
¿Como ese ritmo de entrada inapropiado- se pregunta- es capaz de hacerla llegar hasta el cielo?
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