Hace poco un amigo le comenta
a otro que tener sexo con su mujer es como comer pollo con patatas, «ya sabes,
como el plato del día, comible, incluso agradable, pero siempre previsible». El
que escucha afirma y sonríe y pasan a comentar la experiencia de un tercero con
su amante y del poder de la novedad, del cuerpo desconocido. Yo pienso si a mi
amigo su mujer alguna vez le pareció un plato de jamón Joselito o un solomillo
y con el paso del tiempo la fue degradando en la pirámide gourmet. En ese caso
la esposa aún podría descender y convertirse en mortadela. En cuanto a la
receta les diré que el pollo con patatas es uno de mis platos favoritos del
cual valoro su enorme versatilidad, pues a la plancha con patata cocida ejerce
de dieta, al horno con patatas asadas cabe en algún banquete y rebozado con
patatas fritas es una apuesta informal y divertida. En defensa del pollo diré
además que dentro de las carnes es de las más saludables, es seguro, universal,
asequible, lo puedes tomar en un hotel de cinco estrellas o en un área de
servicio en la carretera, es el primer alimento sólido que pruebas tras nacer,
lo tomas de niño, de adulto y en la vejez. Resulta sencillo de preparar, es
fácil de conservar, lo puedes congelar, recalentar, reutilizar, y la hora de
comer se puede escoger entre muslo, contramuslo, alitas o pechuga. Quizá mi
amigo no sea consciente de que igual su mujer, ese plato del día, no quiera ser
degustado durante años por el mismo paladar. Que anhele otra mirada, otras
manos delicadas, otra forma de mover la boca, de servir el vino, de pinchar las
patatas, de ser tragada. Lo exótico es un juego evanescente que pone a prueba
nuestra mente. Imagine a un reo condenado a muerte escogiendo
su menú antes de la ejecución. ¿Cree que pediría sashimi de salmón o gambas en
deconstrucción?
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