No quiero ser aguafiestas
pero, ¿soy la única que le ve la pluma a Varoufakis? Tras leer varios artículos
de periodistas que confiesan su deseo por el político griego busco en la red y
me encuentro con el pasado no tan lejano de Yanis. Entonces tenia pelo negro y
abundante, pose afectada y esa boca drakúlea que a mi tanto me recuerda a la de
Freddie Mercury. Con los años se ha depurado, musculado y rasurado, pelo yo lo
sigo imaginando entonando Bohemian Rhapsody con el pecho descubierto, la cara
sudada y una capa dorada. El tema me hace pensar en la sexualización de la
política que vivimos y en una conversación reciente que presencio entre un
grupo de mujeres de entre treinta y cincuenta. «A mi me pone un poco pensar en
acostarme con un tío de izquierdas, he leído que aguantan más y que son más
creativos», comenta una. En el grupo se establece el debate y, si bien queda
claro que el pelo largo, las camisas de manga corta o los bolsos cruzados son
asesinos de la libido, a la mayoría les seduce el rollo informal, los brazos
marcados en la camiseta, el tejano algo ajustado, «yo tengo un vecino de
Compromís que da clases en la universidad y tiene manos como de amasar y un
punto entre amable, salvaje y comprensivo. Me lo imagino teniendo sexo del guarro
en la cocina, sobre la mesa, en el sofá. Y yo sin depilar», relata otra. Un
sector de la mesa cree que el hombre de derechas es quizá más sofisticado, en
plan menos pero bueno, y cuenta el caso de una conocida a la que su marido, un
acaudalado empresario de corte conservador, le hace ponerse un arnés
inquietante y cambiar de rol. Algunas opinan que a la mayoría de machos de
izquierdas les falta estilo y ese toque de masculinidad del que dota una
chaqueta bien cortada. Entonces habla una de las damas divorciada: «yo aunque
solo sea para joder a mi ex marido me apunto al sexo subversivo».
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