miércoles, 11 de septiembre de 2013

ELOGIO DE LA FALSEDAD



Tomando el sol en una cala de Jávea donde se encuentra un conocido bar, rodeada de críos, matrimonios jóvenes recién estrenados en la paternidad, jovencitas delgadas con gafas de sol de colores y larga melena y señoras con solera cubiertas con caftanes, alpargatas y gorros de paja, un pequeño acontecimiento parece perturbar la equilibrada armonía de ese día. Una mujer joven de poco más de treinta con destacado atractivo mezclado con una impronta vulgar, emerge de las aguas en topless, algo ya de entrada insólito para la hora y el lugar. Agachada, apoyándose con las manos como si fuera Jane, la novia de Tarzán, sale de entre las rocas con la piel mojada regalando una perspectiva brutal de su anatomía que presenta dos enormes tetas de pezón marcado, con el contorno redondeado y cierta caída vacuna. Los dos aparatos acaparan de manera total la atención del personal al igual que un eclipse diurno. Tras la explosiva salida la hembra, ajena por completo a la importancia de su presencia, se tumba en una hamaca boca arriba dejando al sol las cumbres rosadas del K2 y el Everest. El resto de personas de la playa parece orbitar entonces alrededor de esos senos brillantes cuando atino a escuchar varios comentarios del tipo “que barbaridad”, “algunas no tienen vergüenza”, “está bien buena” o “por fin por aquí algo que vale la pena”, hasta que una de las opiniones, que además es repetida, llama mi atención. “Te aseguro que son de pega” –le dice una señora a su marido que mira de reojo con cara de pervertido. Me pregunto entonces si esa apreciación, cuya veracidad yo me cuestiono, aplaca en cierta manera su ansiedad, si se trata de una reacción provocada por la comparación, por lo diferente de su situación o si es un mecanismo que utiliza su mente al intuir que su marido se ha puesto caliente. Por su parte la chica cañón disfruta pillando bronceado con los ojos cerrados junto a su novio musculoso que a ratos la mira, a ratos le aprieta el muslo cariñoso. Yo me remonto a hace dos meses cuando el dentista me informa de que me tiene que colocar una funda en la muela. Tras anestesiarme inicia al proceso de limar la pieza original, rebajar la encía y dejar todo preparado para la colocación de esa muela nueva y perfecta, pero falsa a la vez, que al colocarme no puedo evitar sentir postiza. El primer y segundo días evito comer por ese lado teniendo plena consciencia de su presencia. Me entretengo en tocarla con la punta de la lengua repasando sus contornos, algo molesta, incapaz de ignorarla, de aceptarla. Unas dos semanas después la olvido asumiéndola completamente integrada en mi boca. Solo una mínima variación con mi tono de esmalte original la desenmascararía hoy, lo que hace que me cuestione la capacidad de asimilación de lo no verdadero en nuestro contexto vital. La mente humana, dotada para la practicidad, es capaz de normalizar la falsedad, integrar la novedad, asimilar lo ajeno y extraño con sorprendente facilidad hasta el punto de olvidar el verdadero origen y precio de nuestro estado actual. Así unos pechos, una melena, unos labios engrosados e incluso un ligue pagado o un status obtenido tras superar un pasado complicado, pueden terminar interiorizados de manera tal que a uno se le haga imposible recordar el origen de aquello que hoy nos completa. La escenita playera se me presenta como una revisión de “Fake”, con la diosa tetuda en el papel del extravagante prestidigitador interpretado por Orson Welles, y los atónitos niños del film sustituidos por el grupo de varones de todas las edades entregados a esa ilusión sin tratar de descifrar el truco ni de preguntarse si será verdad. La realidad subjetiva, en mi caso, es siempre aquella que me resulta más satisfactoria o más divertida. Y a todos aquellos defensores de la verdad absoluta, de la certeza total, les animo a hacer una reflexión profunda de su bagaje vital.

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