jueves, 19 de septiembre de 2013

INSOMNIO



Dos Coca Colas, un té, una larga siesta y un comprimido multivitamínico a media tarde me llevan el pasado jueves a las dos de la madrugada a encontrarme completamente desvelada. Con la casa en silencio, el sonido cansino del ventilador y el rumor de fondo de unos vecinos que toman una copa en la terraza, mi organismo se resiste a descansar y tras más de una hora con la mirada fija en el techo de la habitación, decido levantarme y hacer algo de provecho. Enciendo el ordenador con la esperanza de ser absorbida por esa inspiración nocturna que ataca a genios e iluminados a deshora pero abro el Facebook y me quedo atrapada con las fotos de una conocida que se encuentra con amigas en Formentera, la isla que ha conseguido sacar de su grupito el lado más choni y hortera. Descubro que son varios los que han colgado fotos en la orilla del mar, tomando un mojito en un chiringuito o contemplando una puesta de sol, acompañadas de un breve encabezado: “summer time”. Pienso que así, los conceptos globales que no significan nada concreto y que además van en inglés, me parecen el colmo de la estupidez. Cojo un crocanti del congelador y pongo la televisión donde una chica se va quitando la ropa subida en una moto de carreras con un río y una estampa campestre de fondo. No sin dificultad se libera de un short de cuero, del tanga y del sujetador quedando sentada a horcajadas sobre el sillín de piel a pelo. En otro canal una señora rubia con pinta de aburrida lee el tarot en directo y responde a las preguntas de un señor que le pregunta acerca de un antiguo amor. En el canal de tele-tienda muestran con detalle casi científico las propiedades y composición de unas fundas con masaje para los asientos del coche. Decido apagar la tele y vuelvo al silencio de la noche. A través de la ventana observo la superficie lisa de la solitaria piscina y como el haz de la luna que parece llena se proyecta en ella. Los de la cena siguen de copas y mantienen en ese momento una extraña conversación de la que me llegan frases sueltas. “Todos mis amigos son guapos, o por lo menos tienen algo bello” –dice uno de ellos. “Te entiendo, a mi cada vez me cuesta más convivir con la fealdad” –añade otra. “Uno no es bisexual por probar solo una vez” –escucho al poco rato decir. “Yo estoy convencida de que hay una tía en mi gimnasio, la mujer de un diseñador que se acaba de separar, que se lo monta con otra en el vestuario” –dice otra más. A continuación dice nombre y apellido de la interesada y el resto le preguntan por los detalles de esa información inesperada. Vagando de nuevo en Internet descubro con estupor la noticia de que el soldado Mannig, tras ser condenado a 35 años de prisión por traición, confiesa que la naturaleza se ha colado con su sexo y que en lo más profundo de su ser, desea ser mujer y que le llamen Chelsea. Su elección, aunque insólita, me resulta valiente e intento imaginar todos sus años de instrucción y vida militar tratando de ocultar su verdadera condición, fantaseando con ropa interior femenina o calzando tacones de manera clandestina. Me imagino un escuadrón formado por la stripper de la moto, la señora del tarot, las chonis de vacaciones, la chica recién separada y el soldado con el sexo equivocado y reflexiono sobre la condición humana y cómo afecta el medio a las personas, sobre cómo deberíamos ser, qué deberíamos decir, callar y pensar en cada momento para alcanzar la tan ansiada felicidad. Quizás todos llevemos a una Chelsea en nuestro interior, una fuerza brutal pero aletargada que estimulada por la presión provocada por alguna situación determinada, salga a la luz mostrando una faceta reveladora y  total de nuestra personalidad. El sueño me acabó doblegando en el sofá donde fui abordada por una pesadilla donde me veía metida para siempre en la cuenta equivocada de Facebook, escribiendo frases en tono vital a diestro y siniestro y enviándome mensajes sin fin con personas a las que prácticamente no conocía pero con las que mantenía un perfil afín. 

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