lunes, 9 de junio de 2014

EL FÚTBOL Y LA CONDICIÓN




Yo no soy futbolera. Aún así desde hace unos meses me llega como de lejos el ronroneo persistente sobre la quiebra económica del Valencia, la deuda inmensa, los grupos millonarios que pujan por el equipo, la crispación de la afición, el consejo, la fumata blanca, la victoria de Peter Lim, el futuro del Mestalla, y así una lista  interminable de datos que me llegan en forma de noticia televisiva, titular deportivo o comentario casual procedente de mi entorno masculino. Todo este goteo de información contribuye a alimentar el caldo de cultivo de la circunstancia que voy a relatar a continuación. Hace ya tiempo un grupo de madres del colegio me expone la situación: en la clase de mi hijo de cinco años aquel que todavía no se ha interesado por el futbol corre el peligro de quedar apartado. «Pasa sobretodo en los colegios concertados, los que no juegan son los raros», me explican. Yo no le doy más importancia y dejo pasar el tiempo hasta que, unos meses después, esperando en la clase de natación, es la madre de un niño más mayor la que sale con el mismo tema, reconvertido problema. «Mi hijo siempre ha pasado del balón. Hace un par de años me pidió que le apuntara a baile pero su padre se negó. Tanto insistió que el curso pasado lo consiguió y ahora va a clase de  funky. Él solo junto a doce compañeras. En reyes me pidió calentadores y unas mallas. Está encantado, pero mi marido vive amargado», me cuenta. A partir de ese momento empiezo a fijarme que en el río la mayoría de críos lucen botas de fútbol en colores llamativos y corren organizados alrededor de una pelota. Yo miro a mis hijos subidos a un árbol, luchando con una rama que hace las veces de espada. Me pregunto por qué ninguno de los habrá manifestado su ilusión por el balón y si ese desinterés es algo que tiene que ver con el grado de madurez, o bien si se trata de la señal temprana de que están destinados a otro tipo de actividades menos aceptadas como la esgrima o la danza. Pongo mi atención en algunos padres que bajan los fines de semana e instruyen a sus hijos en las estrategias futboleras pasándose el balón, jugando al delantero y al portero y diciendo a cada rato con los brazos en alto: ¡goool!. A mediados de mayo surge el monotema de las actividades de verano y, si bien yo tenia pensado el clásico cursillo de actividades al aire libre y piscina, muchas de las madres comentan que ya han confirmado la inscripción de sus niños en el campus de fútbol de este o de aquel famoso jugador. Me llega además la circular del colegio para el curso siguiente donde los puedes preapuntar a las extraescolares y leo en letras mayúsculas en un apartado destacado: FUTBOL, INICIACIÓN. Más abajo el resto de actividades y al final del todo la opción de “Coro”, donde desde hace dos años yo llevo a mi hijo. Siento vértigo y me imagino a un grupo de jóvenes vigorosos y dotados regateando y tirando con fuerza a gol, y en un aparte a siete u ocho chicos flacuchos entonando una canción tipo folk, al ritmo de guitarra y pandereta, con camisa de flores y el pelo recogido en una coleta. En la tele veo que David Villa ha fichado por un equipo de Nueva York y me viene a la cabeza David Beckham y su periplo por Los Ángeles. Reflexiono sobre los jugadores estrella que se retiran a esas grandes ciudades y llevan vidas de actores. Pienso en si sus padres les inculcaron el futbol desde la tierna infancia condicionando así su devenir natural, si fueron unos escogidos o si ellos mismos nacieron con la llama interior que le lleva a uno a consagrar su vida a algo hasta que consigue ser el mejor. Justo cuando llego a la conclusión de que van a ser mis hijos los que tomen las decisiones acerca de sus aficiones, llega el mayor y me dice que la semana siguiente quiere llevar a clase un balón y que se pide para su cumpleaños unas botas con tacos. En un primer momento lamento que quizás ese cambio le aleje de una vida de perfecto intelectual, pero luego me viene a la cabeza el festival de Eurovisión y Conchita, con el vestido ajustado, su barba recortada y los zapatos de tacón, y me cuestiono si el gusto o no por el fútbol tuvo algo que ver con su condición.






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