domingo, 22 de junio de 2014

LA ERÓTICA DE LA BARBA




Hay una plaga en la ciudad. Se da entre hombres de distintas edades y no depende de la posición, ni del tipo de empleo, ni de si están casados o solteros. La realidad, y no se alarmen, es que ¡las mejillas masculinas se han cubierto de pelo!. Lo que en el pasado se reservaba a ancianos o pensadores, aquello que no hace tanto fue símbolo de rebeldía acompañada, en muchos casos, de una melena despeinada, se presenta hoy como opción de moda impulsada en primera instancia por obra y gracia de esa tribu urbana que componen los hipsters. Empezaré explicando, para aquel que no lo tenga claro, que por hipster se entiende el joven urbano amante de la música independiente, de lo vintage y lo artesanal, pero a la vez usuario habitual de tecnología. El colectivo hipster se concentra en barrios tradicionales en teoría “baratos” que ellos mismos contribuyen a poner de moda, como es el caso de Ruzafa. La ropa que utilizan suele ser atemporal, apoyándose en básicos como tejanos, camisas y chaquetas de punto. Es en esta búsqueda de lo casual donde entra en juego el corte de pelo old school, de acabado depurado, y la barba, diseñada, recortada y peinada para la ocasión. Y aquí podemos hablar de epidemia. Porque la barba, por si no se han dado cuenta, es contagiosa y salta de varón a varón de una manera que puede parecer aleatoria pero que, analizada de fondo, tiene su historia. La guinda del pastel se encuentra en la calle Matemático Marzal en forma de barbería neovintage regentada por un profesional altamente cualificado en arquitectura pilosa. Hasta allí peregrinan aquellos que desean llevar su peinado facial a la máxima expresión estética y ponerse en manos de este virtuoso de la navaja. En un escalón inferior están todos aquellos que un buen día decidieron prescindir del afeitado y se han dejado crecer el pelo, seducidos por la comodidad y asombrados por la capacidad de transformación de su rostro, que muchas veces gana en carácter o en virilidad con la sola presencia de vello. ¿Y que opinamos nosotras?, me imagino que muchos se preguntarán. A mi en particular la barba me sabe a verano, a salitre y a cubierta de barco, a noches sin dormir, a largas siestas, a cosquillas en las mejillas, en la barbilla, en la barriga, a leer junto a una ventana por la que se cuela una suave brisa, a cama, a almohada, a no hacer nada, a madrugada, a piel bronceada, a vino blanco frío, a cigarrillos, a café, a la bestia que seduce a la bella, a Sergé Gainsbourg, a Sean Connery, a Julian Schnabel, a momento creativo, a fin de semana...
En general la mujer la acepta de buen agrado siempre y cuando el sujeto conserve intacta su esencia masculina. Para ellos, y dado que la capacidad de metamorfosis estética del varón es tan limitada, dejársela crecer puede aportar a su expresión una imagen completamente renovada. Hasta el nuevo y flamante rey se ha sumado a temporadas a esta tendencia demostrando que, si se luce con decisión y cuidada, aporta un extra de presencia. Insto a aquellos lectores masculinos que todavía no se han lanzado que aprovechen las vacaciones, se dejen llevar y comprueben si tienen razón aquellos que afirman que al pasar del afeitado han experimentado una nueva sensación de libertad. Una pequeña revolución anárquica que se inicia una mañana ante el espejo del baño y se apodera poco a poco de uno, empapado por la energía de su nuevo aspecto, poseído por el influjo de los grandes conquistadores, aquellos que emprendieron largas travesías a ciegas en aguas y tierras desconocidas. A nivel sexual lo que el pelo en la cara le puede aportar es ese punto salvaje de sujeto indomable que, más allá de las convenciones, decide apostar por lo inexplorado, reivindicando al macho con mayúsculas que toma rotundo a la hembra para gozar y procurarle placer desmedido. Y es en este punto donde la mujer aprecia siempre la vuelta a lo primitivo.     




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