Esta semana pongo mi coche rumbo
al Saler para visitar a una amiga que pasa allí el mes de julio. Cuando aparco
debajo de sus apartamentos me encuentro a una señora corpulenta junto a una
furgoneta vendiendo frutas y verduras a voz en grito: “¡Tomate del Perelló,
cebolla, calabacín, pepino, pimiento, melón, sandía!”. Con un pequeño peso de
balanza atiende a la improvisada clientela que se reúne a su alrededor en busca
de algo fresco que llevarse a la boca. Mientras atiende, deslenguada, limpia una
ciruela con su delantal y me la ofrece. “Muerde, a ver si creces” –me suelta cachonda.
Yo clavo los dientes en la fruta jugosa y disfruto de ese trueque bajo el sol. Más
tarde, ya sobre la arena, una vecina mega pija y estirada nos muestra un bonito
capazo que ella misma ha elaborado. Yute trenzado con asas de cuero y forro
estampado combinado con un breve ribete que perfila la cesta. “También hago la
cartera a juego y zapatillas” –nos comenta. “Lo podéis tener en un par de días”
–precisa. A esta señorita, que siempre presume de que sus niños solo comen
solomillo, no se le caen los anillos y relata como recuperó una vieja máquina
de coser, se fue a un outlet de telas
y así, vendiendo sus creaciones, consigue sacarse unas pelas. Lo mismo que mi
vecina, fisioterapeuta de profesión y despedida no hace mucho de un centro de
rehabilitación. Se mete ahora kilómetros, cargada con la camilla, desde el
Mareny a Santa Bárbara, L’Eliana o Monasterios, pasando por chalets y fiestas privadas,
ofreciendo su servicio a domicilio, entregada al insigne juego de sacarse las
castañas del fuego. “¿Incluyes final feliz?” –le pregunto con malicia. Ella me
muestra el dedo corazón y me mira con desazón.
Pensando en el asunto llego a la
conclusión de que sólo a mi alrededor, conozco numerosos casos de antiguos
asalariados, ahora desterrados del sistema, que han tenido que buscarse la vida
con lo que bien saben hacer, o con alguna idea brillante o algo loca que se les
pasó por delante. El trabajo más duro tal vez sea asimilar la situación y
lanzarse a la piscina con ausencia de flotador. En un mano a mano puro, con el
único testigo del aire a nuestro alrededor. Desde reposteros artesanos,
informáticos por horas, tutores de macotas o asesores en belleza, hasta
manitas, limpia coches, restauradores, planchadores e incluso abrazadores. Todo
vale. El ser humano occidental, familiarizado con la vivencia lineal y ajeno
por completo a las claves de la supervivencia, se moja las pantorrillas en la
marea de la inclemencia. Y si no que se lo digan a Amparo, una amiga psicóloga
que vio naufragar su consulta en el barrio de Benimaclet, para meses después ver
relanzar su carrera en la vertiente de lo sexual. Lo que empezó como terapia de
pareja al uso, ha terminado convertido en un curso en técnicas de alcoba. “Solo
me llamaban mujeres” –relata Amparo con fingida mirada obscena. Y al parecer muchas de ellas interesadas en
soltarse la melena. Así que Amparo les
ayuda a explorar su persona y ahondar en los terrenos del placer con
asignaturas tan paganas como “pasaje en primera al orgasmo” o “sentirse la
reina del mambo”. “La clave está en una misma” –me cuenta comiéndose un plátano.
“No hace falta tener pareja para encontrar el nirvana” –afirma. Por ello centra
toda su teoría en el propio conocimiento, pues cuando uno domina su propio
instrumento, es capaz de convertirse en virtuoso, aunque en su casa le espere
un oso. Del yo al todo, en una proyección personal que se podría extrapolar a
la coyuntura puntual que ilustro desde el principio.
En el reinado del caos no en
sencillo encontrar el camino. Tan lejos y extraños quedan ya los tiempos de
bonanza que es inevitable dejarse arrastrar por cierta desesperanza. Les animo
a burlar las zozobras del sistema con la breve y sencilla idea de pensar en sí
mismo a la edad de seis años. Cuando todo era posible y nada ni nadie podía
hacernos daño. Evoque la sonrisa, la energía y los sueños de antaño. Mírese,
préstese atención y encuentre la manera de recuperar la ilusión. Es hora de
reinventarse. Siempre hay opción. Desde aquí, con toda la intención, decido
compartir una importante verdad. ¡¡Siempre le espera otra oportunidad!!.
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