Muchas tardes las veo pasar rumbo a las pistas de la calle
Asturias con sus faldas cortas y sus piernas torneadas empuñando la raqueta.
Mujeres de cuarenta y tantos, fuertes y bronceadas, que comparten un hobby común: el paddle. A veces me siento a mirar, en compañía de mis hijos, la
exhibición deportiva a través del cristal. Una tarde, al terminar la sesión,
una de ellas me hace una seña y se acerca. “¿Qué tal Elena?” –pregunta. “Muy
bien Isa.” –respondo a esa conocida vigorosa. “Pues ya ves, jugando un ratillo,
a ver si un día te apuntas” –me anima. Y así, tras intercambiar teléfonos y
ponernos al día, me cita para una partida. Dos semanas después llego algo tarde
con una raqueta prestada, shorts de algodón y camiseta ancha. “Te
retrasas” –me recibe una Isa que de repente, parece desconocida. “Estas son Eva
y Paula” –presenta a las compañeras. Las tres van equipadas con ajustados
conjuntazos de marca que me hacen parecer mari macho. “Hoy serás mi pareja” –me
indica. Le damos al peloteo. Aunque corro como una loca, muchas bolas ni las
veo. Mientras tanto las chicas charlan en tono divertido y yo me pregunto qué
me espera en el partido. Enseguida lo descubro. “Empezamos” –anuncia Isa. “Cubre
la pared, intenta no hacer globos y por favor, no subas a la red” –añade. Así
que me coloco en posición, pensando que mis antiguos conocimientos de tenis y
un par de torneos benéficos me van a servir de algo. De repente Paula saca, la
bola pasa disparada junto a mi, que no me muevo del sitio. Isa me mira. “Elena
¿dónde estabas?” –pregunta alucinada. Me esfuerzo por atrapar la segunda, lo
hago por los pelos, pero no consigo devolverla. “Chicas, bajad la intensidad,
un poco de piedad” –les dice Isa en tono de guasa y me dedica una mirada que
casi me abrasa. Fantaseo con marcharme y poner una excusa. Miro entonces a esas
gladiadoras de piel brillante y músculos de acero y las imagino, cabreadas,
pidiéndome explicaciones. “Tú puedes” –me digo. Así que me entrego a ese juego
bestial y consigo mantener el ritmo, a duras penas, en lo que parece una
batalla campal. Con el brazo en tensión, golpean la bola como un cañón,
trazando líneas invisibles a la velocidad de la luz, corriendo como posesas con
el fin de atrapar esas balas letales, rebotando en la pared, flexibles y
sudorosas, movidas por un impulso que a mi me parece inhumano. Marcan un breve
receso. Yo estoy hecha papilla y me arrastro hasta una silla. “Menuda caña os
metéis” –les suelto. “¿De donde sacáis esa fuerza?” –pregunto con el fin de
ganar tiempo. “Se llama visualización activa” –me explica Eva. “¿Cómo?”
–pregunto sorprendida. “A ver, Paula, ¿qué es lo que más te cabrea?” –presunta
Isa a su amiga. “La infidelidad que le pillé a mi marido” –contesta apretando
los dedos contra la empuñadura de la raqueta. “De acuerdo, pues el siguiente juego
nos centramos en ese pensamiento. En este caso, y como Elena es nueva, lo
soltamos en voz alta” –dicta. Así, volvemos a la pista, saca Eva y al golpear
la bola enuncia en un grito: “¡Cerdo!”. Isa entonces recibe el disparo al ritmo
de “¡Farsante!”, como un rayo Paula golpea de nuevo con un certero “¡Picha
floja!”, la pelota me viene de cara, la atajo enérgica y, motivada por la
situación, se me escapa un trasnochado “¡Pendón!”. Mi golpe defensivo se eleva
en las alturas propiciando una magnífica volea. Paula, con la mirada al rojo
vivo, da dos amplios pasos hasta llegar a la red, lleva el brazo hacia su
espalda en una postura imposible, y remata, como a cámara lenta, un match fulminante que acompaña con un
desgarrado y tajante “¡¡Hijo de putaaa!!”. La bola rebota imparable contra el
suelo y salta hasta la calle. Isa me mira satisfecha y me aclara en voz baja:
“Los pilló en su apartamento el día de su cumpleaños”. Terminamos el partido,
ya sin gritar, motivada cada una por sus propios pensamientos. De vuelta a casa
siento el éxtasis que se produce después de la catarsis. Prometo apuntarme otro
día, y anoto mentalmente las causas pendientes que merecen ser purgadas a golpe
de raqueta. Entiendo que esas damas
ejercitan sus cuerpos con avidez y realizan terapia a la vez, pues la rabia,
canalizada en compañía, se convierte en el mejor dopaje y dispara la
adrenalina. ¡Larga vida a la camaradería femenina!.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Si algunos miembros del Club Sporting hablaran...
ResponderEliminarPues si te apetece puedes leer mi entrada del año pasado.....yo tb pasé por eso y me enganché, ahora no puedo vivir sin practicarlo, me lo paso en grande, he jugado con buenas, malos, estupendos de todo tipo y sigo queriendo aprender más y mas, no te lo pierdas, libera tensiones, permite desahogos...en fin una maravilla....http://loslletseteros.blogspot.com.es/2011/01/nuestras-clases-de-padel.html
ResponderEliminar