Mi marido despertó un día con una invitación en el Facebook para la cena del 30 aniversario
de su promoción de El Pilar. ¿El lugar escogido?, el bonito restaurante ubicado
sobre el espigón del puerto con espectaculares cristaleras que además, el mismo
diseñó y regenta una íntima amiga. “No creo que vaya, estas cosas me dan
pereza” –confiesa. Pero sin darse cuenta, se va involucrando en el acto. “Ya
hay cincuenta apuntados” –se sorprende un día. “También van Pedro, Ernesto,
Sofía y Bea” –me informa otro. A tres semanas de la fecha, su nombre aparece en
la lista y yo me planteo: “¿no será esta cena, aparentemente inocente, uno de
esos puntos calientes que emergen en la madurez y llevan a los presentes a
soltarse la melena?”. Así, con los sentidos alerta, me embarco en una discreta
operación de espionaje que consiste en repasar el listado, analizar la
presencia femenina, contrastar versiones, filtrar las opiniones y elaborar un
detallado plan que me lleva a presentarme en el local de extranjis, con la
excusa de charlar con mi amiga, la noche del evento. “Eres una celosa” –me espeta
al verme llegar de negro. “Lo que soy es cautelosa, esta edad es muy peligrosa”
–le explico. Me acomodo en una mesa de la terraza pegada al gran ventanal, que
me ofrece, como en una pecera, una visión única del local. A la media hora
empiezan a llegar. Detecto cierta timidez y lo achaco a que terminado el
colegio, tantos años después, uno se encuentra distinto. Primero los veo a
ellos. Dos cosas me llaman la atención: a muchos les falta pelo y la mayoría
luce barriga. Enseguida llegan ellas. Mucho tacón, poco maquillaje y sonrisas
espontáneas que camuflan el escrutinio implacable de lo que ocurre a su
alrededor. ¡¡¡De repente mi marido!!! Me escondo detrás de la carta y pasa
distraído a medio metro de mi. Sé que la guapa oficial del momento no ha
acudido y ha puesto una excusa cuando la realidad, aunque parezca increíble, es
que se encuentra irreconocible. Otro, un despierto sacerdote que ha hecho
carrera en el Vaticano se lanza, micrófono en mano, con cánticos de la escuela
y mensajes fraternizantes. El que sacaba sobresalientes ahora preside un gran
empresón y cuentan que está forrado. Hay varios separados, rejuntados, algún
soltero. Se miran en la distancia intentando ubicar esos rostros de casi cincuenta
que recordaban con veinte. Decido colarme en el baño de chicas. Allí un grupito
de seis comenta la velada: “Antonio está fatal”, “Pues yo a Pedro ni lo había
conocido”, “Javier sigue estando bueno, pero anda marcando paquete”, “¿Y
Andrés? Dicen que su mujer se los clava”, “Pues a mi Paquito me pone”, “¿Esteban
no tiene pluma?” –relatan en un bucle interminable. Ellos, por su parte, se juntan
en la terraza para hablar sobre trabajo, calvicie, gordura y en voz muy baja,
de si aquella aguanta o no aguanta dura. Lo encuentro todo muy light, lo mismo que en el colegio. La
música sube de tono, las luces bajan y ellos y ellas poco a poco se relajan.
Veo que llega un taxi. De él se apea Blanca, la guapa, la popular, aquella que
no confirmó y de la que todos hablaban, con varios kilos de más pero segura,
potente y bella. Con paso firme entra en el local, llega hasta la barra y pide whisky con hielo. Copa en mano se dirige
a la pista al ritmo de “Girls just want
to have fun” de Cyndi Lauper y se mece, protagonista, copando todas las
miradas. Es Javier el que da el paso y se une a su compás, dejando las
composturas, en un arrebato de autenticidad. El resto se va sumando al momento
pasando de años, peso, arrugas, hormonas y todo aquello que sumaron con el
tiempo y que resta la alegría de sus vidas en una catarsis cósmica, animada
quizás por el efecto de unos canutos que circulan de mano en mano. Mi hombre
conversa tranquilo con dos morenas risueñas y yo abandono la vigilancia pues la
jarana, lejos de peligrosa, termina resultando entrañable.
Me gustó mirar y, en cierta manera, conseguí participar de
ese momento mágico donde confluyeron la sorpresa del encuentro y lo trágico, el
paso implacable del tiempo. Por ello, y aun pecando de topicazo, recomiendo el carpe diem. Y ante dudas como “no tengo
claro quién soy” o “no sé adonde voy”, ténganlo claro: apuesten por el día de
hoy.
Carpe Diem es un lema que llevo grabado a fuego en mi vida diaria. Me dan miedo los tatuajes y tampoco son mi estilo, pero cualquier día aunque sea me lo estampo a boli.
ResponderEliminar:)
Curioso, coincidimos en título del post, en tu caso pluralizando.
¡Qué juego dan los reencuentros del colegio!