miércoles, 2 de enero de 2013

CUENTO DE NAVIDAD



No me disgusta la Navidad, lo confieso. Debo de ser de las pocas personas adultas que goza con esta festividad que año tras año nos recuerda a los que ya no están y nos devuelve a la infancia, aunque solo sea el momento de partir el turrón, comer las uvas o ver las luces de la Plaza del Ayuntamiento. Al tener niños además la cosa se amplifica y pasas a meterte de lleno en la celebración, que ahora cobra una nueva dimensión gracias a la puesta en escena que debes de interpretar para transmitir esa tradición cargada de emociones a las nuevas generaciones. Así que este año, el primero en el que mis hijos disponen de consciencia plena para disfrutar del tema, asumo el modo “familia on” y me dejo asesorar por esas otras madres que controlan el asunto. La primera tarde toca superhéroes en el Mercado de Colón. Llegamos tarde y allí cientos de padres rodean un pequeño escenario al que es imposible acceder. “¿Le deja pasar para que pueda ver?” –le digo a una señora que coge a mi hijo de la mano y lo apretuja junto a un grupito. Allí el Zorro bailotea moviendo la capa cubierto con un antifaz junto a Spiderman, Thor, El Capitán Trueno o Superman, en un concierto escenificado a lo Village People que en mi opinión cuestiona la masculinidad de estos elegidos para velar por la humanidad. ¿De verdad podemos confiar nuestra vida a unos sujetos en mallas y camiseta ceñida? La tarde siguiente toca feria, que este año está en el puerto. Allí nos plantamos a media tarde con otros tres amiguitos para adentrarnos en ese enorme recinto donde nuestros hijos se lanzan a una espiral de desenfreno de la noria a los coches de choque, de las cadenas al dragón y a la barca, que sumado a los globos, el algodón y las palomitas, da como resultado el desembolso de cuarenta euros por barba en solo una jornada, lo que me parece un pastón. Otro día acudimos a una fundación en Colón donde imparten un taller de manualidades que además de lúdico y entretenido ¡¡es gratuito!!. “¿Puedo dejarlos todo el día?” –pregunta una madre. “Son dos horas” –le informan en la entrada. “Déjeme un teléfono por si se quieren marchar” –añade la encargada. “¿Estás de broma? Me voy a hacer la pedicura, si se cansan los atas, o les pones una mordaza” –contesta la madre que se marcha sin pestañear. La chica me mira. “Viene todos los días y me deja a esos tres” –me indica señalando a unos rubitos diabólicos que lanzan bolas por la ventana. Yo le devuelvo una sonrisa solidaria y la compadezco. “Me sabe mal, si hoy tienes muchos volvemos en otro momento” –le digo. “Es todos los días igual, ayer arrancaron el papel de la pared, uno me lanzó la papilla, otro se bebió el agua de la escobilla” –me cuenta. Al final mi hijo se queda y lo recojo una hora después, donde la chica de antes me recibe con el pelo alborotado y el suéter al revés. “¿Cómo ha ido?” –pregunto. “Fenomenal” ­–me dice a punto de echarse a llorar. Nosotros nos alejamos y la veo a través del cristal intentando poner orden junto a otra compañera que pelea con unos cuantos tumbados sobre una mesa.
Un par de días más tarde nos invitan al circo, lo que me da mucha ilusión, pues no voy desde pequeña. Al entrar bajo la carpa me invade cierta emoción y me dispongo a disfrutar de la función en compañía de mis hijos. Se apagan las luces, comenzamos a aplaudir y salen dos payasos que empiezan a contar chistes que nos hacen reír. Cuando pasa uno de ellos por mi lado me llama la atención el disfraz desgastado, la peluca trasquilada, la cara de pintura borrosa, sudorosa. Sale una equilibrista que se cuelga audaz de una liana. Al ponerse del revés se le levanta el vestido y le veo la celulitis repartida por el culo. Lo mismo me pasa con el domador, que me parece forzado, sobreactuado, o un joven malabarista, que lanza antorchas con gran habilidad cuando solo me puedo fijar en que marca paquete una barbaridad. Al terminar la sesión y ver las caras de los niños me doy cuenta de que lo que ha cambiado es mi visión, quizás embrutecida por los años. Me comprometo los días que quedan a intentar recuperar la magia y estarme muy cerca de los niños, a ver si alguno me contagia. ¡Por un nuevo año cargado de ilusiones y pasiones!. Disfrute de las celebraciones.

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