lunes, 7 de enero de 2013

NOCHE DE FIN DE AÑO



Cuando uno llega a cierta edad es complicado decidir el plan de Nochevieja. No es mi caso, pues ya a la tierna edad de quince años me resistía a las cenas en grupo y prefería disfrutar la noche disfrazada en casa de una íntima bailando hasta altas horas temas de Bon Jovi o de Madonna. Años más tarde pasaba de las fiestas en la Hípica o en el Ateneo para meterme en el chalet de algún conocido y vivirla en plan guateque, con baile en el salón y bebida de garrafón. Ya de adulta llegaron las veladas en el pub de un amigo, las cenas en Sierra Nevada y alguna otra en la que, movida por un espíritu rebelde, no hice absolutamente nada. Ahora, casada y con hijos, la historia cambia por completo abriéndose ante mi todo un panorama de propuestas para las que he tenido que crear nuevas respuestas: “¿Os apetece una fiesta en familia en la que cenamos pizza y Champín?” –me propone una amiga amable. “No, gracias, si a estos dos les cambio el horario me enfrento a una noche sin fin” – alego usando a los niños. “¿Qué tal una casa rural y una excursión matinal?” – ofrece una madre del cole. “Te lo agradezco pero es imposible, el campo me da una alergia terrible” – me excuso. “¿Os apuntáis a una cena de gala en el Mercado Colón?” – nos dice un amigo. “Seguro que no está mal, pero nos habíamos imaginado algo más informal, me da un poco de pereza” –rehúso con delicadeza. Así que al final dejamos a los niños con mi solidaria suegra e improvisamos una juerga en casa de un vecino con solo unos días de antelación. En una reunión previa muy entretenida discutimos el tema de la comida. “¿La encargamos?” –pregunta una. “Ni de coña, que al final somos tres los que pagamos” –contesta otro lanzado que tiene fama de puño cerrado. “¿Cocinamos?” – suelta otra. “Mucho peor, acabaremos gastándonos más y luego tendremos que pasar la fiesta en una casa que apesta” –responde otro más. Entonces se le ocurre a un amigo la solución brillante, aquella más natural teniendo en cuenta que la media de edad del grupo supera con creces los cuarenta: “Que nos lo hagan las madres, les compramos el material y seguro que les parece genial”. Así, de manera forzosa, tomamos la decisión vergonzosa de pedirle la cena a mamá. Pasamos a hablar del alcohol. “Cada uno traerá una botella, whisky, vodka y ginebra” –dice uno. “¿Qué pasa con los que somos de ron? – protesta otra. “Pues traed también ron. Y ojo con las marcas, no hace falta Dom Pérignon pero que sea algo equilibrado, no traigáis la marca blanca del supermercado” –indica el anfitrión. “Yo me encargaré de la mezcla” –añade el dueño de la casa. “A ver que pasa, la última fiesta en vez de latas compraste el refresco por litros y la cosa quedó muy cutre” –replica otro más. “Pues lo hacemos en tu piso y nos haces un guiso en tu cocina de un metro cuadrado” ­– contesta el primero cabreado. “¡Ya basta!” ­–les digo dándole un pellizco a mi amigo. Tras dejar claro el tema del hielo, las uvas y el cotillón, hablamos de los invitados. “Si cada vez que Sara sale y se emborracha se lo dice al primero que pasa, nos va a petar la casa” ­– suelta Olga, una del grupo. “Te recuerdo que el sábado invitaste a un venezolano de quince años con el que te estabas metiendo mano” –le responde Sara ofendida. “Tenía veinte y me lo hizo pasar de maravilla, te jode porque llevas casi un año de sequía” –se defiende Olga. “Prefiero no pagar por hacerlo”  –contraataca Sara. “Chicas, como siga la cosa así traemos una pequeña piscina y montamos una pelea en el barro” –corta otro. “Ya te gustaría pedazo de guarro, igual es más divertido pillar una porno, sueltas la mano y te vemos en tu entorno” –contesta Olga. “Mejor ponte aquí debajo y me ahorras el trabajo” – le dice el bromista en tono realista.
De forma milagrosa, conseguimos arreglar la cosa y nos juntamos la noche en cuestión. Tras una cena animada, las uvas de turno y las copas de rigor, vimos un poco la tele, cantamos Raphael y Camilo Sesto, nos reímos un rato y a eso de las cuatro de la mañana, cada uno se fue a su cama. Al despedirnos hablamos de organizar una gran fiesta el próximo año vestidos de etiqueta con catering incluido y todo servido, o irnos a Baqueira para llegar a la madrugada con la piel tostada. Ya les digo yo que no.



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