viernes, 25 de mayo de 2012

DEL CLUB O AL PUTICLUB



Tener niños pequeños cambia, por unos años, el ocio diurno. La calle se convierte en el escenario de muchas de las actividades familiares como ir en bicicleta o montar en patinete. Es así como, a fuerza de paseos, he terminado convertida en testigo permanente de mi barrio. Uno de los lugares que me intriga es una pequeña puerta con mirilla, sin número ni cartel, pintada de rojo, que acoge un pequeño prostíbulo. Yo, de espíritu conservador, y ajena por completo al mecanismo de este tipo de negocio, todavía me sorprendo cuando atisbo algún cliente, y retiro la mirada, como pillada en falta, si me cruzo por casualidad. Altos, bajos, gordos, flacos, entran y salen de la portezuela buscando algún consuelo a su deseo. Pero es uno de esos varones el que ha conseguido despertar mi interés.
Sería la una del mediodía. Me dirigía camino del parque cuando se abre la puerta del local y emerge el interesado con pantalón y polo de tenis, un bote de pelotas en una mano y funda con raquetas en la otra. “Qué valiente” – pienso – “Este tipo desenfunda, saca y remata en caliente”, confirmo. Pero esa es sólo la primera vez de muchas en las que el jugador crapulón, entra o sale del garito vestido de esa guisa, y sigue su camino satisfecho. Debido a la cercanía de un club de tenis, cada vez que lo veo se me plantea el dilema: “¿Vendrá del club o irá al puticlub?”.
Con los meses he intentado completar la historia, si esa ropa es camuflaje o es que el maromo es un amante del fetiche, si es la excusa, o el motivo, e imagino la entrada de ese Nadal enmascarado en el burdel, y las risas que echarán a costa de él. Pienso en si tendrá una esposa que lo cree en la pista jugando, y no eyaculando. Y en todos los casos me viene a la cabeza la imagen del conjuntado equipaje.
A los de vida en pareja, recomiendo estar al tanto y contrastar cualquier versión, pues el vicio, sin lugar a dudas, despierta la imaginación. 

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