lunes, 7 de mayo de 2012

ESPLENDOR EN LA FERIA




           
El sábado pasado decido acercarme en familia hasta el jardín de los Viveros para dar una vuelta por la Feria del Libro. El contexto no podía ser más propicio: día soleado, ambiente animado y la agradable sensación de formar parte de todo ese engranaje. “Yo escribo” –me digo– mientras la imaginación se traslada al otro lado de una caseta firmando ejemplares con una sonrisa en los labios y un florido bagaje literario en el corazón. “¡Mamá, cógeme el globo!” –es mi hijo, que me saca de la ensoñación. Comienzo el recorrido por la Feria con un enorme Bob Esponja relleno de helio unido a mi muñeca por un hilo y con el entusiasmo intacto.

En una de las primeras casetas veo a una agradable escritora a la que entrevisté hace unos años para un programa de televisión. Me acerco y me identifico. Ella me mira, no me reconoce, me saluda con diplomacia y coloca su libro entre mis manos. “Te va a encantar, trata de una aspirante a escritora que ve frustradas sus expectativas una y otra vez y decide cometer un crimen.” –me explica. “¿En serio? –contesto de manera mecánica y me cuestiono si no tendrá una bola de cristal bajo la mesa. “¿Qué haces ahora? –pregunta mientras dedica la novela. Y yo, aunque todavía no tengo instintos criminales, decido mentir: “Cambié de sector, hago tartas de fantasía”. Me mira un segundo con desinterés, y concluye la firma: “A Elena, la amiga pastelera, con cariño…”. Cojo el libro y me marcho sin despedirme.

Por la megafonía recibo la noticia de que un antiguo amigo, economista, firma ejemplares de su primera novela. Lo busco y encuentro tras una gran pila de libros. Lo compro, los libros hay que comprarlos, no esperar ni pedir que a uno se lo regalen. Sabía que le gustaba escribir, lo que no sabía es que lo hacía, y mucho menos que le habían publicado. “Soy el primer sorprendido, me puse y en menos de un año ya lo tenía” –cuenta. “¡Qué asco!” –pienso. “Enhorabuena” –le digo. “Tú también escribías, ¿no?” –me pregunta. La palabra “también” retumba pesada en mi cerebro y deseo, por un momento, que ese moreno guapo y simplón desaparezca de la faz de la tierra. “Sí, bueno, tengo una columna y publico en varias revistas”. Entonces firma: “Para Elena, mi buena amiga periodista…”. Mientras me alejo, arranco la página y dejo el libro en manos de mi hijo de diez meses.

Necesito recomponer la autoestima. De camino al chiringuito en busca de refrescos me cruzo a un reputado director de cine al que admiro. “¡Enrique!” –grito. Y camino hacia él, con un aceitoso cucurucho de papas en una mano y el dichoso Bob Esponja gravitando un metro por encima de mi cabeza. Se para sorprendido y ve como me acerco sin dejar de hablar. “Me encanta lo que haces, enhorabuena por los Goya, sabía que ibas a triunfar, soy una gran admiradora de tu trabajo, hice un máster de guión y tuve como profesor a un colega tuyo…” –el pobre escucha y asiente paciente. Entonces noto como alguien tira de mi pantalón. Bajo la mirada y, como si toda la humanidad hubiera enmudecido, solo se escucha la voz de mi hijo mayor: “Mamá, Pablo se ha hecho caca”. El talentoso creador mira entonces a mis diminutos acompañantes. Intento continuar como si no hubiera pasado nada, pero es tarde: “¡Mam camino a la salida, en da, en n este caso, no puede ser m pasado nada. " mi hijo mayor. "tambieabeza. "las manos. "n pareja.e daaa!, Pablo huele a caca un montón” –insiste la criatura. Así que me despido como puedo y busco un lugar apartado donde cambiar ese pañal que se ha interpuesto entre mi persona y la cúpula cinematográfica de este país. ¿Será la señal de que todo es una “mierda”? Y me río de mi propia ocurrencia que, en este caso, no puede ser más literal.

Rumbo a la salida aún descubro a otro par de conocidos publicados. Un recopilatorio de columnas y una guía de rutas de interior que adquiero con entusiasmo a medio gas. Recuerdo el viejo mito del nuevo periodismo de los 70, ¿es posible que todo el que conozco haya encontrado su palmera para dar forma a una novela? Me viene a la cabeza eso de que cada libro es como un hijo. Así que cojo a mis dos volúmenes y decido aplacar los anhelos literarios con unas patatas bravas y una copa de vino. La verdadera historia se encuentra siempre en el camino. 

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