El sábado pasado decido acercarme en familia hasta el jardín
de los Viveros para dar una vuelta por la Feria del Libro. El contexto no podía
ser más propicio: día soleado, ambiente animado y la agradable sensación de
formar parte de todo ese engranaje. “Yo escribo” –me digo– mientras la
imaginación se traslada al otro lado de una caseta firmando ejemplares con una
sonrisa en los labios y un florido bagaje literario en el corazón. “¡Mamá,
cógeme el globo!” –es mi hijo, que me saca de la ensoñación. Comienzo el
recorrido por la Feria con un enorme Bob Esponja relleno de helio unido a mi
muñeca por un hilo y con el entusiasmo intacto.
En una de las primeras casetas veo a una agradable escritora
a la que entrevisté hace unos años para un programa de televisión. Me acerco y
me identifico. Ella me mira, no me reconoce, me saluda con diplomacia y coloca
su libro entre mis manos. “Te va a encantar, trata de una aspirante a escritora
que ve frustradas sus expectativas una y otra vez y decide cometer un crimen.”
–me explica. “¿En serio? –contesto de manera mecánica y me cuestiono si no
tendrá una bola de cristal bajo la mesa. “¿Qué haces ahora? –pregunta mientras
dedica la novela. Y yo, aunque todavía no tengo instintos criminales, decido
mentir: “Cambié de sector, hago tartas de fantasía”. Me mira un segundo con
desinterés, y concluye la firma: “A Elena, la amiga pastelera, con cariño…”.
Cojo el libro y me marcho sin despedirme.
Por la megafonía recibo la noticia de que un antiguo amigo,
economista, firma ejemplares de su primera novela. Lo busco y encuentro tras
una gran pila de libros. Lo compro, los libros hay que comprarlos, no esperar
ni pedir que a uno se lo regalen. Sabía que le gustaba escribir, lo que no
sabía es que lo hacía, y mucho menos que le habían publicado. “Soy el primer
sorprendido, me puse y en menos de un año ya lo tenía” –cuenta. “¡Qué asco!”
–pienso. “Enhorabuena” –le digo. “Tú también escribías, ¿no?” –me pregunta. La
palabra “también” retumba pesada en mi cerebro y deseo, por un momento, que ese
moreno guapo y simplón desaparezca de la faz de la tierra. “Sí, bueno, tengo
una columna y publico en varias revistas”. Entonces firma: “Para Elena, mi
buena amiga periodista…”. Mientras me alejo, arranco la página y dejo el libro
en manos de mi hijo de diez meses.
Necesito recomponer la autoestima. De camino al chiringuito
en busca de refrescos me cruzo a un reputado director de cine al que admiro.
“¡Enrique!” –grito. Y camino hacia él, con un aceitoso cucurucho de papas en
una mano y el dichoso Bob Esponja gravitando un metro por encima de mi cabeza.
Se para sorprendido y ve como me acerco sin dejar de hablar. “Me encanta lo que
haces, enhorabuena por los Goya, sabía que ibas a triunfar, soy una gran
admiradora de tu trabajo, hice un máster de guión y tuve como profesor a un
colega tuyo…” –el pobre escucha y asiente paciente. Entonces noto como alguien
tira de mi pantalón. Bajo la mirada y, como si toda la humanidad hubiera
enmudecido, solo se escucha la voz de mi hijo mayor: “Mamá, Pablo se ha hecho
caca”. El talentoso creador mira entonces a mis diminutos acompañantes. Intento
continuar como si no hubiera pasado nada, pero es tarde: “¡Mam
aaa!, Pablo huele a caca un montón” –insiste la criatura. Así
que me despido como puedo y busco un lugar apartado donde cambiar ese pañal que
se ha interpuesto entre mi persona y la cúpula cinematográfica de este país. ¿Será
la señal de que todo es una “mierda”? Y me río de mi propia ocurrencia que, en
este caso, no puede ser más literal.
Rumbo a la salida aún descubro a otro par de conocidos
publicados. Un recopilatorio de columnas y una guía de rutas de interior que
adquiero con entusiasmo a medio gas. Recuerdo el viejo mito del nuevo
periodismo de los 70, ¿es posible que todo el que conozco haya encontrado su
palmera para dar forma a una novela? Me viene a la cabeza eso de que cada libro
es como un hijo. Así que cojo a mis dos volúmenes y decido aplacar los anhelos
literarios con unas patatas bravas y una copa de vino. La verdadera historia se
encuentra siempre en el camino.
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