domingo, 27 de mayo de 2012

BACANAL EN EL MERCADO



Más allá de creencias y convicciones, adentrarte en el Mercado Central de Valencia es sin duda, una experiencia religiosa. Yo, urbanita de supermercado, confieso que encuentro en esta incursión un acto de disfrute, una actividad fuera de lo cotidiano que acometo con devoción. El pasado sábado, atacada de calor, decido darme un baño de placer y me encamino a ese templo en busca de alimento para el alma.
Nada más entrar tengo una revelación orgánica. Movida por este contacto con lo esencial, me planteo convertirme al veganismo, al frutismo, al naturalismo. Visualizo un nuevo yo, recién salida de la ducha, el pelo húmedo y olor mascarilla de papaya, flores frescas en el salón, aroma a pan de espelta y un rostro limpio, sonrosado, fruto del descanso y del saludable desayuno a base de mango y pulpa de frutas. “Huele a longaniza” – me escucho decir. Mis pasos me conducen a la cafetería del pasillo Conde Trénor, donde doy cuenta de un bocadillo de blanco y negro con pimientos del padrón. Así, con el estómago en calma, me embarco en una ruta mareante: salmonete de Burriana, mollera de Cullera, y palaya de Calpe en Pescados Nelly, ¡¡Oh la la!!, en Maison du Fromage adquiero un Morbier de leche cruda marcado con ceniza, al pasar por Legumbres Hernández debo controlar el impulso de lanzarme sobre los enormes sacos de garbanzos y alubias pintas, pero consigo meter una mano, clandestina, en una saca de lentejas. Descubro que en la mayoría de fruterías ofrecen unos zumos helados de fresa, kiwi o sandía al más puro estilo neoyorkino. Salto el charco e investigo en Más Latino: galletas de guayaba, frijoles, mocochinchi y Pony Malta. En un puesto cercano de cocina asiática encuentro sésamo tostado, wasabi, sake, edamame. A tan sólo unos metros descubro una unión clandestina. Él, hombre de diestro poder, ella, socialité de marido viajero. Ambos recorren los pasillos distraídos con el casco de moto en la mano, rozando sus cuerpos, disfrutando de ese momento frugal, ejerciendo de pareja por horas. “Me parece un buen lugar intimar”, pienso. Los imagino más tarde, dando cuenta de un festín sin fin, alternando viandas y florituras carnales al más puro estilo romano. Un atractivo guía francés reparte “chu-fas” entre un grupo de turistas mientras admiran la monumental cúpula central. ¡¡Magnifique!!, excláman extasiados. Atisbo a una médico de renombre que estira el brazo, coge un enorme calabacín, se lo acerca hasta el rostro y aspira su aroma con los ojos entornados. Tengo un flash de una cena de verano en casa de unos amigos comunes en el que ella, en el fragor de la fiesta, nos cuenta a un grupito de mujeres, que en lo privado le gusta el jugueteo, la fiestuqui. Así que ese acto, en apariencia sencillo, cobra para mí nueva relevancia pues, esa doctora atractiva, ataviada con jeans masculinos y camisa blanca, elije las verduras con tanta ceremonia, que hace que me plantee si las escoge para uso gastronómico o disfrute personal.
Completo mi cesta con dos lechugas gigantes, excesivas, llenas de tierra y mosquitos. Mientras pago, observo el ambiente, exaltado, alterado, de casi bacanal, los sentidos elevados, expuestos al alboroto. ¡Un momento!, nota para solteras: de camino a la salida lo veo. Uno de los guapos oficiales de la ciudad, abogado, separado, y de vuelta al ruedo. Camina sólo, se detiene en la carne y compra un solomillo al corte. Uno. Algo de fruta, aceitunas, jamón y vino. Todo apunta a festín solitario en sábado de cara al Nadal- Djokovic de las cuatro. Lo digo en voz baja, ¡este chico necesita compañía!…

Escucho música de violines. Llegados a este punto sospecho que quizás haya expirado y he llegado al paraíso. Camino en dirección al melódico sonido, espero la luz cegadora del último suspiro y me encuentro con un cuarteto de músicos que ameniza la jornada. ¿Existe un lugar más increible? Sin duda recomiendo este lugar. Déjese llevar por sus pasillos movido únicamente por las reglas del instinto, muéstrese distinto, abierto a la experiencia, a la excelencia, a la apetencia. Peque de gula, de avaricia y no tenga miedo si la lujuria le vicia. Entréguese al disfrute, que es sagrado, sobretodo cuendo hablamos del Mercado. 

1 comentario:

  1. Para mí también es un lugar de culto...Podría gastar más dinero comprando comida en el Mercado que en zapatos en Dior...

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