domingo, 20 de mayo de 2012

MARTES ARDIENTE




Me encuentro al final de la tarde en plena sesión de baños y cenas infantiles, cuando suena el teléfono: “Necesito una copa” –se trata de mi amiga Alicia, madre, esposa y empresaria, en crisis permanente. “¿Hoy?” –pregunto atareada. “Ahora” –contesta tajante.
Media hora después entro en el lugar convenido, un mítico bar de la Gran Vía Marqués del Turia de ambiente añejo, tapas míticas y servicio impecable. Mi amiga anda ya por el segundo margarita. Pedimos algo de cena y se acerca el camarero con el vaso ancho, los hielos contundentes, el limón recién cortado, la tónica helada y la botella de ginebra para preparar ante mis ojos un gin tonic en toda regla.
“Creo que Javi me engaña” –me suelta a bocajarro. “Está raro, no me dice adónde va, le he pillado un par de mensajitos sospechosos” –argumenta. Y comienza la disertación.
En una mesa cercana, dos hermanas adineradas, unidas por su pasión por los saraos, las compras y el gusto al frasco, beben en compañía de su comparsa, tres varones en el límite de lo corrupto y de lo humano, uno de los cuales, casado y publicista, se beneficia a la hermana menor, poco agraciada pero lista y fresca. Las saludo con una sonrisa. “Para ser martes la cosa está animada”, pienso.
Llega Rosa, compañera de trabajo, que se sienta a nuestra mesa y pone su mano sobre la de Alicia: “Tírate a otro” –sugiere escueta. Rosa tiene cuarenta y dos años, se separó hace tres al pillar a su marido con una joven fisioterapeuta, y desde entonces no deja títere con cabeza. “Cuando el río suena, zorra lleva, te lo digo por experiencia, tu Javi te la pega” –afirma Rosa levantando la ceja. Alicia chupa la sal del borde de la copa y la levanta para pedir otra. La cuarta.
Se acercan a despejarnos la mesa pero ella no interrumpe su relato: “Todo el día pidiendo novedades, que si sal esta noche sin bragas, que si cómprate juguetitos, probemos hoy por detrás…”. Con la bandeja cargada a medias, el camarero se aleja sin mirarnos. “Mañana, cuando venga a por el bocadillo de tortilla, me hacen la ola”, reflexiono tapándome la cara con las manos.
Por la puerta entra un atractivo abogado que viene a mi gimnasio. Nos saluda, saluda a las hermanas y pide en la barra cena para llevar. Caprichos para dos, rematados con una botella de champagne y un par de copas de fino cristal que le colocan envueltas en papel en una de las bolsas. La cosa huele a affaire clandestino, a lío de despacho. Se bebe una caña, un chupito de vodka, paga y se marcha.
Alicia se enciende un pitillo pasando de normativas. La hago salir a la acera. En la calle, una de las hermanas de antes, fuma y le hace ojitos a un joven periodista de su séquito que aspira a dar el salto a la capital. “Te lo va a hacer sudar”, me gustaría decirle. Pues esa hembra, la hermana mayor, esa que tira de agenda, tiene contactos y conoce a tantos, se ha labrado una gran fama de apetente.
El mismo camarero de antes comienza a recoger la terraza. Mi amiga, oportuna, continúa: “Lo suyo es un problema de pito, todo el día mira que te mira y luego en casa no tira…”. “Mejor entramos”, la corto abrumada. Pero es Rosa la que sale cogida del brazo de Víctor, su profesor de paddel, un maduro algo fondón de pelo cano con muchas horas de vuelo. “Mirad a quién me he encontrado” –nos dice guiñando un ojo. “Víctor, mi amiga Alicia anda un poco floja, necesita entrenamiento duro, ¿cómo la ves?” –pregunta coqueta. El tal Víctor, que luce una melopea considerable, sonríe y nos tiende una mano laxa.
Mis dos amigas y Víctor deciden seguir en un karaoke de la calle Joaquín Costa. Tras aplaudir su sentida versión del I will survive me despido y salgo por la puerta. En la Gran Vía me cruzo al abogado y a su socia, caminando, formales, tras dejar en la basura una bolsa de la que asoma la botella, vacía, todavía fría. Pienso en esta húmeda ciudad que se somete, discreta, a las bajas pulsiones cuando el cielo oscurece. Casi nada ni nadie son lo que parecen. Me marcho en busca de emociones, conozco el lugar: vuelvo al calor del hogar.

1 comentario:

  1. Curioso relato de costumbres de la sociedad valenciana actual, excelentemente narrada. No des más datos que luego todo se termina sabiendo, de momento me quedo con el buen hacer de los profesionales de Aquarium.
    Nos leemos.

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