Cuando uno luce soltero, si se lanza a la piscina y
pica de flor en flor, antes o después tendrá, con total seguridad, alguna
experiencia particular que por lo extraño y poco realista, entre de cabeza en
el ranking de la rareza. Hace unos meses
acudió mi amigo Pedro a una fiesta en casa de amigos comunes. Allí, unos y
otras tomaban canapés y copas en un ambiente relajado. Pedro es presentado
entonces a Eva, una simpática chica con la que entabla conversación y descubre
que, pese a no ser despampanante, le resulta bastante interesante. Porque Eva,
amante de lo histórico y del mundo esotérico, es agradable y tiene animada
conversación. Una cosa lleva a la otra y un par horas después, con la excusa
del último trago, se encuentran en casa de ella embarcados en juegos
preliminares. Ambos, excitados, liberan sus cuerpos de ropa lanzados a lo
inminente cuando Eva, detiene la acción, y lo mira atenta a los ojos con una
clara revelación: “Eres Arturo de Camelot” –asegura – “Lo percibo, he podido
sentir tu presencia en otro tiempo y otra existencia”- sentencia. Pedro, con un
calentón doloroso, mantiene la mirada y contesta, a fin de proseguir con la
gesta: “Ginebra, amada mía, ¿dónde
estabas?” Ambos, asumen su papel y continúan las maniobras con pasión
descontrolada. En el fragor de la batalla Eva, congestionada, increpa a su
caballero: “¡Conquista mi retaguardia!” A lo que Pedro, algo aturdido, responde
decidido: “¡Hundiré allí mi Excalibur, por San Jorge y por Inglaterra!”. Así la
pareja culmina una épica hazaña que con el tiempo han convertido en ritual.
Más tarde, Pedro reconoció que esa noche, además de su
propia capacidad, recibió la ayuda del mago Merlín, que le tendió una píldora
azul acelerando su ritmo y presteza. Al resto nos parece la monda, imaginar a
nuestro amigo sentado en la mesa redonda, seducido por su amada y blandiendo su
mágica lanza, con templanza, pasando de toda lógica.
Dios mío, esta escena me resulta familiar.
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