Uno no siempre está preparado para la visita de un amigo
extranjero. Con los años y la edad, nos acomodamos al orden de una vida
programada de la que es difícil abstraerte por las buenas. Por ello mi sorpresa
fue mayúscula cuando recibo no hace mucho el mensaje de Tiago, un antiguo
compañero brasileño que conocí en Londres en mis tiempos de universidad.
“Elena, ¿cómo estás?, te voy a dar una sorpresa” –me soltó en el Facebook sin
más. Y así, una semana después, recojo a un sonriente, delgado y más curtido
Tiago en la estación del AVE. Tras una intensa puesta al día sobre familia,
trabajo y demás, descubrimos que si bien mis últimos años han estado marcados
por embarazos, partos y crianzas, su destino le ha llevado a viajar por todo el
mundo, aprender varios idiomas y consolidar una fama de galán que ha visto
concretarse con ligues internacionales. “Te has hecho mamá” –suelta en el
coche. “¿Dónde está la Elena salvaje que bailaba sobre las barras?” –me
interroga con sorna. Descubro con alivio que tiene una habitación en un pequeño
hostal de Mestre Racional. Le acompaño a dejar su maleta y baja de nuevo con
energía renovada. “Habrá que aprovechar el día” – dice animoso. Así que acepto
someterme a una ruta delirante por la ciudad.
En el Oceanográfico hacemos cola bajo un sol de justicia.
Cuando al fin accedemos vamos del Ártico al Mediterráneo mirando los peces, sin
prisa. La beluga nos dedica una sonrisa. Ya en el exterior me acerco a un
pingüino vago recostado sobre una roca que emite un extraño sonido. Tiago me señala
con el dedo. “¿No te habrás tirado un pedo?” –pregunta graciosillo. De allí a
Colón, calle de la Paz y plaza de la Reina donde contrata a un cochero con
caballos. Recorremos San Vicente, la Virgen y la zona del Mercado Central
subidos en un bonito carruaje de voluble suspensión que me hace perder el
equilibrio. Ya en tierra firme digo “Estoy cansada”. Pero mi amigo me mira con
pena. “Pensé que comeríamos junto a la arena” –confiesa. Ponemos rumbo a la
Malvarrosa y tomamos mesa en un restaurante mítico donde comemos clóchinas,
ensalada y paella valenciana. Con el estómago hasta arriba le pido un receso
hasta la tarde pero a la vuelta, desvía la ruta a traición y terminamos en
Alboraya tomando horchata y fartons.
“Este tío es un cabrón”, me digo. Intento de nuevo el descanso pero resulta del
todo imposible. “¿Me dejas que coja el coche?” –pregunta. Y con la absurda
premisa del “antes de que se haga de noche” nos plantamos en la Albufera,
mirando los pajaritos del lugar y negociando con un barquero el precio del
paseo. Media hora después surcamos los salvajes canales mientras Tiago
fotografía con detalle los arrozales. Por un momento tengo la tentación de
empujarlo y salir huyendo, pero entonces se gira y me apunta con su objetivo.
“Has cogido algunos kilos” –afirma con una sonrisa. Yo lo miro con recelo.
“Pues tú tienes menos pelo” –contesto afilada. “Ehh, como te pones, te lo digo
con las mejores intenciones” – replica. Entonces cierro los ojos y me concentro
en un mantra escapista: “Desaparece de mi vista.”
Volvemos a la ciudad y por fin, me deja en mi casa. “Os
recojo a las nueve” –se despide. Y me doy una ducha cabreada. Bajo el agua me
siento culpable: “¿Porqué toda esta maldad?, ¿Dónde está mi hospitalidad?”. Decido
positivarme para la noche recordando la amistad que antaño me satisfizo. Llega
a la hora acordada y me sorprende con una noticia: “Por problemas con mis
billetes me marcho mañana temprano.” Me siento fatal. Le dedico una intensa
velada de cena, risas y animada conversación que culminamos bailando en un
local de la playa. Al despedirme me entra la nostalgia, prometo llamarle,
mantener el contacto y por influencia de la culpa, suelto una lagrimilla. Afligido
por mi pena consulta su smartphone. “A
mi también me supo a poco, ¿vuelvo el fin de semana?” – pregunta. “Dejémoslo
así” –atajo. “Lo bueno dura poco, sino te vuelve loco” –confirmo. Y ahora si,
le digo adiós hasta el siguiente lustro y prometo cortarme en el Facebook, pues esa red traicionera, te
hace mantener amistades que, de otra manera, hubieran muerto hace tiempo. En
beneficio de la salud y para evitar otros males recomiendo precaución con los
contactos virtuales.
Espero que tu amigo esté calvo como una bola de billar, ¡se puede ser más borde que decirte que has engoradado!....eso no es de recibo....y por cierto ¿que hiciste con los churumbeles entre baile y baile?....cuidadín con el feis que nos trae muchos disgustos........
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