Todo empieza el día que entro en la librería situada en la
Gran Vía cerca de Cánovas y compro “Cincuenta sombras de Grey”, el best seller americano que está causando
furor entre mujeres de todo el mundo. Una historia de sexo duro y dominación,
con toques de romanticismo, entre una joven estudiante y un guapo y sexy millonario. Pese a que no es un
derroche de literatura, la novela engancha, calienta y abre ante el lector todo
un universo de posibilidades a explorar en pareja.
La semana siguiente acudo a una fiesta de 40 cumpleaños en
una bonita casa de la calle de la Paz. A la hora de comer un nutrido grupo de
mujeres de entre treinta y largos y cincuenta nos reunimos, copa de champagne en mano, para festejar con la
homenajeada. Damas de cuna, atractivas y con posibles que además, han visto
despuntar su carrera profesional. “Tú eres la de las columnas, la experta en
parejas” –me rodea un grupito de cuatro nada más llegar. “Bueno, si” –contesto
algo parada. No se si me siento muy preparada, pero me alegro de haberme puesto
un conjunto de ropa interior en fucsia que me hace sentir peligrosa.
“Pues cuenta, danos truquillos, alguna cosa que anime el
tema” –suelta una de ellas. Otras más se acercan, motivadas por la
conversación, y yo me encuentro así, a pelo, frente a nueve pares de ojos que
esperan alguna revelación. Entonces me acuerdo de la novela. “Hay un libro que
os deberíais comprar. Una historia de pareja caliente a tope con juego de amo y
sumisa.” –explico. Ansiosas, me acribillan a preguntas. “¿Es algo tipo
Emanuelle?” –se interesa una. “¿Ella se queda colgada de él? –lanza otra. “Dicen
que gracias a esta historia las madres americanas han recuperado las ganas”
–afirmo. Entonces ocurre algo. Una de ellas, delgada, castaña y con aire
pausado y conservador, carraspea un segundo y suelta mirando al suelo: “yo hoy
he salido sin bragas”. “¡Caray que lanzada!” –exclaman algunas. Un murmullo de
aprobación recorre la sala. Y es esta revelación, por obra de la magia del
momento, la que sirve de detonante a lo que viene a continuación. Desde un “yo
me compré un disfraz” a “a mi nunca me apetece” a “te lo tienes que montar
sola” o “a mi el profesor de pilates me mola”, hasta “me va el corsé con
tacones”, “mi marido nunca tiene bastante” o “la clave es el lubricante”. Una
lluvia de confesiones que emergen de manera espontánea y dan luz a una cuestión
que a mi me resulta evidente: tras años de liberación y en el momento en que el
sexo parece estar siempre presente, tras el lanzamiento a la piscina de la
condición femenina en cuestiones veniales, con la institucionalización del
“todo vale” cuando se trata de dar rienda suelta a los instintos animales, a la
mujer de hoy le sigue intrigando el romance, la fantasía y la imagen de un
maromo de brazos firmes y torso de roca que le suelte con voz profunda: “yo sé
como callar esa boca”. Receptora de ese momentazo femenino, el status de
narradora me sitúa a la cabeza y, cual maestra de ceremonias, siento la
obligación de calmar sus apetitos exaltados y me lanzo con lo que me pasa por
la cabeza: “En mi opinión sois unas diosas. La mujer en cierto momento, dejados
atrás los vaivenes y tonterías de esa primera juventud, emerge cual cisne
blanco e impone su esencia rotunda, meteórica, total, y como una supernova,
brilla potente copando la extensión plena del yo. Maestras de lo sutil, bebed y
calmad la sed del prójimo con la experiencia y los arrestos que dan los años.
Carne embriagadora, belleza desgarradora que mira de frente y se abre en dos
para morir de placer y deseo.” –culmino. “Deberías dejar ya el vino” –me
recomienda una amiga. El resto me dedica un breve aplauso y a mi, ya lanzada,
aún me da tiempo a citar un par de técnicas de alcoba insólitas que hace poco
leí en un reportaje, como el cangrejo ruso o la pinza birmana.
Me marcho por la puerta grande. En el Parterre me cruzó por
lo menos a un par de señoras con la novela en la mano. Quizás este sea el
verano del amor. Me parece detectar en las calles un sutil libertinaje pues, en
tiempos convulsos, se acentúan los impulsos e impera la apertura sin fronteras.
Coja el látigo con mano dura, azote al tedio, use la imaginación y ¿por qué no?
Opte en lo privado por cierta incorreción.
Gran Vía, Parterre... Todos acaban comprando en Paris-Valencia.
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