jueves, 12 de julio de 2012

LA MALDICIÓN DEL TANGA DE SEDA



Marisa tiene un nuevo vecino. Tras una complicada ruptura con su novio vive sola en un bonito apartamento de la zona de Alfahuir. Bajo ella, en la primera planta, un maduro interesante se ha instalado en alquiler hará cosa de un mes. “Fijo que se acaba de separar” –me comentaba el otro día. Así que Marisa decidió llamar su atención con una insólita técnica. Tras hacer acopio de varios tangas muy fuertes, un par de ligueros y varias piezas de corte indecente en una talla minúscula, les quitó las etiquetas, los lavó a mano y se dedicó a tenderlos alternativamente cada mañana, chorreando agua, sobre la terraza del macho solitario ofreciéndole así, una visión privilegiada de este escandaloso ajuar. “¿Pero tú crees que los ve?” –le pregunté una tarde impactada ante la visión de la ropa goteando. “Seguro, ayer lo sorprendí con la mirada puesta aquí” –me dijo señalando un tanga de seda con breve cordel. “Va a pensar que regentas un burdel” –comenté en tono de guasa.
Pero ella, impaciente, decide unos días después dar un paso más en la conquista y deja caer, como si fuera obra del viento, el breve tanga en el suelo de la terraza de él. Al final de la tarde, tras varias horas de engalane y segura de tener al de abajo a punto de caramelo, desciende por la escalera y llama a su timbre coqueta. Segundos después se abre la puerta y aparece una joven de veintipocos, de larga melena, cuerpo de infarto y cara de nena, vestida con camisa masculina y el tanga puesto. “Hola” –dice con rostro inocente. “Tienes algo que es mío” –consigue articular Marisa con la mirada fija en esa prenda maldita. La chica se percata, se quita el tanga con gesto rápido y se lo entrega apurada. “Disculpa, nunca hubiera pensado que esta fuera tu talla” –suelta espontánea. Marisa lo agarra y vuelve, iracunda, al calor de su hogar. Allí piensa en lo absurdo de su plan e idea otro muy distinto, donde deja caer unas brasas y esa Barbie y su maromo, arden en la terraza.


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