jueves, 1 de marzo de 2012

Columna de Las Provincias sobre un viaje en tren con affaire clandestino incluido.


EXTRAÑOS EN UN TREN

No hace mucho tuve que ir a Madrid por trabajo. Ida y vuelta en el día, vagón turista, asiento en pasillo y video aburrido. Aunque nada me importa porque viajo en el AVE, esa magnífica bala de acero que nos catapulta a la capital para enlazarnos al cogollo de las compras, el negocio o la cultura. Pero hay más. El tren prodigioso promete convertirse en pieza clave para aquellos que deseen ampliar los horizontes de lo no conyugal. Así que en voz baja y con minúsculas, las insignes siglas se podrían traducir: Aventuras Veniales Extramuros. Y me remito al trayecto que anticipaba al inicio. No llevábamos más de media hora de viaje cuando, unas filas por delante se pone en pie ella, una atractiva señora valenciana, madre de familia, con la que a veces coincido en algún sarao. Va impecable, como siempre, y todo parece indicar que viaja sola. Al poco me levanto para ir al baño y lo encuentro ocupado. Espero unos minutos y cuando estoy a punto de rendirme escucho el sonido del pestillo y veo abrirse al puerta. Por ella sale la dama misteriosa de antes. La encuentro distinta, dispersa, distraída. Rápido, sin mirar ni ver a nadie, se adentra en el vagón y la pierdo de vista. Estiro la mano para entrar al inodoro y ante mi aparece él, un influyente empresario de apellido conocido en la ciudad, que me mira un segundo sin pestañear, sale por la estrecha portezuela y se adentra en los vagones de primera. Ya en Atocha se suben al mismo taxi y acierto a verlos a lo lejos enlazados en un abrazo profundo, conocido.

A la vuelta no los veo. Los imagino en alguna habitación de hotel, libres, clandestinos y ajenos a este mundo de extraños donde la vida, el amor y el sexo, viajan cada uno por su lado.

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