viernes, 16 de marzo de 2012

EL ENEMIGO EN CASA


Fiesta infantil. Varias madres charlamos en el sofá mientras los niños juegan a lo suyo. Aburrida de tanta cháchara femenina, paseo la vista por el agradable hogar de la anfitriona cuando algo llama mi atención. Por el pasillo, cargada con un niño entre los brazos, ataviada con unos jeans ajustados y una camiseta rosa, algo corta, dejando al descubierto una barriga adolescente, se acerca una esbelta y atractiva jovencita. “¿Es tu sobrina?” –le pregunto a la dueña de la casa. “Que va, es Fany, la canguro, la tengo ya un par de años” –confirma tranquila.

Vuelvo a mirar a esa lolita mientras se aleja y confirmo que la mujer con la que he hablado, esa madre sonriente, comprensiva y con algunos kilos de más, no sabe lo que tiene entre las manos. Su canguro debe rondar los diecisiete, luce una larga melena castaña y ojos almendrados. Tiene una cintura jodidamente estrecha que contrasta con un pecho terso y generoso, cubierto por un escueto sujetador de camiseta que clarea dos breves protuberancias rosáceas. Lleva las uñas rojas a medio pintar, brillo en los labios y una suerte de coleta desecha de la que caen unos cuantos mechones sobre el rostro, humedecidos ahora por las gotas de sudor que cubren sus sienes.

Fany, la canguro, corretea arriba y abajo, rendida a los juegos infantiles, y bebe a morro de una botella de refresco ante la turbada mirada de alguna que otra madre que, avispada, observa esa bomba de relojería que ríe a carcajadas y muestra medio culo diminuto cada vez que se dobla para agacharse. “Menuda cagada” –pienso. Y me imagino al pobre marido, llegando del trabajo con ganas de desconectar y obligado a presenciar semejante espectáculo día tras día. Si la carne es débil, y la vista díscola y caprichosa, no tentemos a la suerte. Y así comparto el consejo de una tía ya anciana: “Las otras mujeres de casa, y más si son de servicio, que sean más feas que Picio”.

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