jueves, 1 de marzo de 2012

Columna de Las Provincias sobre una calçotada y la errática interpretación de la mente masculina.


LA ERÓTICA VEGETAL

No hace mucho estuve por primera vez en una calçotada. Llegado el momento de ingerir los deliciosos vegetales, me ruborizo al observar como compañeras más experimentadas que yo agarran la verdura por un extremo, y tras mojar la punta en romescu, echan la cabeza hacia atrás para recibir una extensión importante de calçot con la boca en máxima apertura. Enseguida puedo comprobar como los hombres de manera imperceptible observan la escena de reojo, con cierta lascivia. Pero nadie parece darse cuenta.

Es entonces cuando me pregunto ¿Seré yo que tengo una visión distorsionada de la realidad o es que hay una especie de pacto entre géneros al respecto? Me inclino por la segunda opción. No debo ser la única que veo algo más en el anuncio de Espárragos Carretilla, en donde un campesino llega del campo, ataviado con mono vaquero, y le ofrece a una joven un espárrago de proporciones indecentes, que ella se introduce en la boca con los ojos cerrados para terminar chupándose un dedo.

Cuando voy a la sección de verduras y cojo un buen pepino, un calabacín o pido un nabo, puedo percibir alguna mirada masculina que envuelve el acto cotidiano de indecencia. Igual que no son pocas las películas en las que la protagonista, coqueta, pela una banana y se come el fruto a mordiscos provocando una inmediata reacción en su acompañante. Pero, por mucha tradición gastroerótica que exista al respecto, a mi no deja de resultarme ridículo el hecho de que el hombre vea reflejada su virilidad en determinados frutos. Sobre todo por el hecho de que, llegado un momento, no hay verdura que mantenga la tersura. ¿Será por eso que la mayoría de vegetarianas vuelve a la carne con los años?

No hay comentarios:

Publicar un comentario